El rey de Babilonia se llenó de miedo ante la aparición de una mano que escribió una frase incomprensible sobre la pared. Los esfuerzos de sus sabios y adivinos fueron inútiles para descifrar el escrito. Entonces fue llamado el profeta Daniel, quien poseía una larga trayectoria en resolución de enigmas. Para lograr que Daniel le dijera la interpretación del escrito el rey le ofreció ropa finísima, joyas y el tercer lugar en poder en el reino. Fama, dinero y poder, fueron los tres grandes ofrecimientos que el rey hizo al profeta. Pero, quedó consternado cuando Daniel le respondió: «Tus regalos sean para ti y da tus pagos a otros, daré la interpretación al rey».

El rey estaba acostumbrado a salirse con la suya al ofrecer dinero y beneficios a las personas a quienes deseaba usar, pero ahora se encontró con un hombre que no actuaba por interés sino por convicciones. No todas las personas son iguales. Daniel era un profeta y, como tal, tenía la comisión de anunciar la verdad. Mientras algunas personas jamás moverán un dedo si no reciben un pago o recompensa, otras harán más de lo que se les pide sin esperar nada a cambio, tan solo por móviles honorables.

Lo que impulsaba a Daniel eran sus compromisos adquiridos. Estos eran de carácter ético y eran relativos a lo justo, lo verdadero y lo correcto. Desde su infancia había sido enseñado en estos grandes valores y había resuelto abrazarlos como propios. Actuar conforme a esos principios en un mundo injusto y codicioso acarrea conflictos y ataques. Pero estas batallas son sabidas y aceptadas. Nacen de una situación elegida que no exige más estímulo o recompensa que su valor intrínseco. Se trata de un compromiso con la conciencia propia y con la idea del bien que se posea. No responde a una vigilancia, supervisión ni ningún otro tipo de coerción. Es la naturaleza de la persona la que le guía.

Además, estas personas especiales son motivadas por sus convicciones. Poseen una visión de la vida y el universo que sustenta sus actuaciones. Creen que las causas justas triunfan, que la verdad prevalece, que el amor es invencible, la compasión es fortaleza y que el bien predominará. Que podrá haber días oscuros y una hora para las tinieblas; pero al final, la luz volverá a alumbrar y siempre habrá resurrección. Estas convicciones les vuelve valientes y decididos. No pueden ser acobardados ni disuadidos. Se encuentran por arriba del temor porque sus ideales son así de altos.

Las grandes almas poseen una pasión que las alienta. Esos compromisos y convicciones no son pasajeros o simples dichos de ocasión. Se trata de una pasión que les consume y que es capaz de hacer frente a las amenazas sin ningún temor. No necesitan recibir nada a cambio por aquello en que están apasionados. El profeta interpretó al rey el sentido del escrito, el cual, era un mensaje de denuncia y condena por sus malos procederes. El expresar esa verdad era la pasión del profeta, no se requerían recompensas de ningún tipo. Es el bien por el bien, porque así debe ser, porque es lo correcto. Aquellos que son movidos solo por el interés no pueden comprender esto. No son capaces de concebir la pasión por lo correcto.

Como si fuera poco, las personas honestas también son impulsadas por el amor. Un amor que es tierno y compasivo pero que también tiene sus exigencias. No les mueve el odio. Es verdad que son firmes en su rechazo del mal, pero eso no tiene nada que ver con el odio. Saben que nada negativo puede llevar al bien común. Su móvil es el amor, un amor firme, que, aunque sea vilipendiado, insiste en continuar enarbolando la verdad.

El rey tuvo que quedarse con sus recompensas pues Daniel no funcionaba de esa manera. Él era de una naturaleza diferente a la de los que tienen en venta sus principios. Si el mundo estuviera en manos de los que por único criterio tienen el gusto propio, estaríamos perdidos. Pero gracias por aquellos que marcan la diferencia y hacen historia. No serán olvidados y su memoria será reconocida como ejemplo de lo correcto.