Lección de células de adultos para el sábado 3 de abril
Sábado 3 de abril de 2021
Dios usa el desierto
LECTURA: Deuteronomio 8:2-6 NVI
2 Recuerda que durante cuarenta años el Señor tu Dios te llevó por todo el camino del desierto, y te humilló y te puso a prueba para conocer lo que había en tu corazón y ver si cumplirías o no sus mandamientos. 3 Te humilló y te hizo pasar hambre, pero luego te alimentó con maná, comida que ni tú ni tus antepasados habían conocido, con lo que te enseñó que no solo de pan vive el hombre, sino de todo lo que sale de la boca del Señor. 4 Durante esos cuarenta años no se te gastó la ropa que llevabas puesta, ni se te hincharon los pies. 5 Reconoce en tu corazón que, así como un padre disciplina a su hijo, también el Señor tu Dios te disciplina a ti. 6 Cumple los mandamientos del Señor tu Dios; témelo y sigue sus caminos
VERDAD CENTRAL: Dios usa los desiertos de la vida para revelarnos nuestro propio corazón.
INTRODUCCIÓN:
El relato de la creación en Génesis nos enseña que la vida en el desierto no es el plan de Dios para la humanidad. Él creó a Adán y a Eva y los colocó en el jardín, en Edén, un lugar maravilloso donde no había desiertos o lugares secos. Sin embargo, «cuando Adán pecó, el pecado entró en el mundo. El pecado de Adán introdujo la muerte, de modo que la muerte se extendió a todos, porque todos pecaron» (Ro 5:12). Sin embargo, Dios, como Padre amoroso, busca que volvamos nuestros corazones hacia Él. Y eso fue lo que hizo con Israel en el desierto: escudriñar su corazón y disciplinarlo como un padre a su hijo. El desierto solo fue el escenario donde Dios reveló a los israelitas la verdad de su corazón.
CUERPO:
1- El propósito de Dios en el desierto. El libro del Éxodo es uno de los textos más significativos de toda la Escritura. Ahí contemplamos cómo el pueblo de Israel había sido libertado de Egipto con la esperanza de la tierra prometida, un lugar donde vivirían libres de esclavitud, en abundancia y paz. Sin embargo, después de cruzar milagrosamente el Mar Rojo y presenciar la destrucción y derrota del ejército egipcio, lo que Israel divisó en el horizonte no fue la tierra prometida, sino un desierto. Aquel pueblo que marchaba con esperanza, ahora caminaba con hambre, fatiga, y frustración al no ver señal alguna de la tierra que fluía leche y miel (Ex 16:2-3). ¿Se había equivocado Dios? ¿Acaso su plan era sacarlos de Egipto para luego matarlos en el desierto? De ninguna manera. El desierto no fue un accidente, ni un descuido de Dios con Israel, era el lugar propicio para que Israel conociera auténticamente su corazón.
2- El desierto es un lugar de transformación. El desierto y la ausencia de recursos traerían a la luz lo que había en el corazón de Israel y cuál era su nivel de compromiso con Dios (Ez 20:5-8, 16). Aunque Dios había sacado a su pueblo de Egipto, ahora necesitaba sacar a Egipto del corazón de su pueblo y eso requería una transformación a través de la humillación y dependencia absoluta de Dios, (v. 2) «Dios te llevó por todo el camino del desierto, y te humilló y te puso a prueba para conocer lo que había en tu corazón». Al igual que Israel, los creyentes necesitamos continuamente esa transformación y eso solo será posible a través de los desiertos de la vida: un proceso largo y doloroso que va en contra de nuestra cultura y naturaleza, debido a que nadie quiere sufrir. Todos buscamos la superación y evitamos el dolor. Todos perseguimos la satisfacción inmediata. En ese tiempo de espera en los desiertos de la vida Dios busca labrar nuestro carácter.
3- Nuestra dependencia de Dios en los desiertos. Para Israel, la provisión de Dios fue el maná, una sustancia desconocida y extraña que aún muchos hoy desean entender. Se piensa que el nombre que el pueblo le dio a este alimento viene de la expresión hebrea «man hu», que suena a decir «¿qué es esto?» (Ex 16:15). Israel anhelaba alimento físico, pero Dios quería una relación con ellos (Dt 8:3). La provisión del maná era diaria, no semanal, ni mensual. El Señor quería enseñarle a su pueblo y a nosotros, que más allá del alimento físico, la mayor necesidad que tenemos es la de una relación íntima con él. En el desierto, donde toda fuente de seguridad y estabilidad desaparecen, se hace más que evidente que solo necesitamos al Señor. Debemos entender y conocer que Él es nuestro Dios. Por eso es importante recordar que el pueblo que pereció en el desierto no murió por el hambre ni por lo difícil de la prueba (Dt 8:4), sino porque no creyeron en la Palabra de Dios (Nm 32:13).
APLICACIÓN
Es posible que mentalmente sepamos que Jesús es el Pan de Vida, pero en la vida cristiana saber las cosas correctas acerca de Dios no es suficiente. La auténtica vida cristiana demanda conocerlo de manera personal y real. El desierto es una buena oportunidad para profundizar en nuestra relación y comunión con el Señor, pues él es la verdadera y más grande provisión de Dios para sus hijos en medio del desierto. Solamente debemos mirar a Jesús y confiar plenamente en él. ¿Esta usted dispuesto a hacer esto en medio de su desierto?