Bases para la paz social

No existen dos seres humanos que sean idénticos. Cada persona posee características propias que la diferencian de las demás. La diversidad es intrínseca al ser humano. Esa cualidad es la que hace de cada quien una criatura única. El color de piel, la cultura, la etnia, la religión, el sexo y otras diversidades que deberían enriquecernos pueden también convertirse en razones para la di- visión. Las particularidades individuales pueden servir de excusa para el antagonismo, el odio y la violencia.

Vivir en paz consiste en abrir un espacio de encuentro donde sea posible la construcción de relaciones humanas viables. Ese convivir en tolerancia supone un conflicto continuo ante la presencia de las diferencias. La paz no es la supresión de las diversidades que pueden provocar conflicto sino la capacidad de anteponer la tolerancia a la diversidad y desmontar, así, el conflicto. De esa manera se obtiene una derrota continuada de la violencia.

Lo contrario sucede cuando las personas no reciben un trato equitativo. Las desigualdades pueden desequilibrar tanto el verse el uno al otro como par que pueden provocar respuestas desesperadas y violentas que se oponen a la inequidad en el acceso a los derechos. Las respuestas violentas pueden escalar hasta la dimensión de guerra. Por eso hay guerras que se tratan de validar como un recurso extremo para alcanzar mayor justicia en el reparto y asegurar una convivencia más prolongada. La otra opción ante un desequilibrio entre seres humanos puede ser la imposición de la convivencia por la fuerza. La represión obliga a la convivencia bajo la amenaza de la prisión o del castigo.

Por demás está decir que ninguna de las dos opciones son la solución. La guerra solamente pospone el conflicto. La paz después de una guerra la impone el vencedor y tarde o temprano los vencidos recurren de nuevo a la guerra para cumplir su venganza. De igual manera, la paz impuesta por la fuerza es una violencia reprimida, pero violencia al fin. La aparente calma durará mientras duren las medidas extraordinarias de represión. Pero, por su misma naturaleza, tales medidas no pueden durar para siempre. Al cesar, la violencia resurgirá con mayor fuerza.

La paz se dará con libertad y con equidad o no se dará. Mientras las condiciones de exclusión social no sean aliviadas notoriamente los conflictos, que se expresan violentamente, no cesarán. Las situaciones de desigualdad y de falta de oportunidades no pueden generar una convivencia pacífica real, por el contrario, siembran las semillas de la agresividad. Normalmente la sociedad no invierte suficiente atención a este tipo de desigualdades hasta que es demasiado tarde. Es solamente cuando la violencia aflora cuando la atención de la sociedad es atraída.

La ruptura de la normal convivencia es un signo doloroso pero, si algún aprendizaje se debe recibir de ello, debería ser el comprender que las componendas a medias no funcionan. El seguir adelante como si nada ocurre deja de ser política y éticamente responsable. La sociedad en general sufre los embates de la violencia homicida y, aún así, hay quienes opinan que puede resolverse la situación imponiendo una convivencia pacífica por medios puramente represivos.

En lugar de alimentar el binomio violencia-injusticia, se debe trabajar en desmontar la espiral bélica afrontando aquellos factores que han cerrado las puertas de oportunidad para los menos afortunados y han provocado desarraigo, pérdida de sentido y desesperanza para el mañana. A la larga, este esfuerzo por reducir la exclusión y darle sentido a la existencia resultará más barato, eficiente y perdurable en cuanto a resultados.

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