Cristianismo, reconciliación y paz
Si acaso el evangelio pudiese ser resumido en un solo concepto ese sería: reconciliación La consumación del plan redentor de Dios se encamina a la reconciliación de todo lo existente en la persona de su Hijo El cristianismo encuentra su concreción última en la reunificación de lo que estaba dividido.
La reparación de todas las relaciones es la meta evangélica y, por ello, la reconciliación con Dios es inseparable de la reconciliación de los unos con los otros Cristo mismo se presenta como siendo la paz, haciendo la paz y anunciando la paz a un mundo dividido. Dividido en primer lugar, por los conflictos religiosos, Como la confrontación entre judíos y gentiles de su época. El anuncio del cristianismo fue el derribo de las paredes de división y la consecución de la unidad del pueblo de Dios como un hecho y como un mandato.
Tal mensaje no puede ser más que pertinente para el mundo actual dividido, enfrentado y herido. La responsabilidad de la iglesia con semejante mensaje es inmensa y debe llamar a una seria reflexión sobre el papel que como pueblo de Dios se está ejerciendo. Esa es la razón por la que el tema del cristianismo y la paz fue motivo de reflexión en el Congreso Internacional para la Evangelización Mundial Lausana III, en Ciudad del Cabo. Sur África. El tema también quedó plasmado en el documento de elaboración colectiva «Un llamado a la acción» del «Compromiso de Ciudad del Cabo»
En es documento se afirma: «Anhelamos ver a la Iglesia universal de Cristo, los que han sido reconciliados con Dios, viviendo su reconciliación con los demás y comprometidos con la tarea y la lucha de ser pacificadores bíblicos en el nombre de Cristo». La tarea de ser pacificadores implica comprender el proceso que conduce a una reconciliación auténtica. Ello es un imperativo para los cristianos dado que la reconciliación con Dios y con los demás es también el fundamento y la motivación para procurar la justicia que Dios demanda, sin la cual, Dios dice, no habrá paz.
Se entiende por reconciliación auténtica aquella que es la culminación de un proceso que inicia con el reconocimiento de los pecados pasados y presentes. Siempre que hay víctimas es porque hubo pecado. El reconocimiento incluye la aceptación de la maldad intrínseca de las motivaciones y de las acciones que condujeron a actuar humanamente en contra del prójimo. Ello es posible alejándose de las condicionantes inmediatas que se vivieron y de los prejuicios ideológicos que impidieron acercarse a la verdad desde una perspectiva ética, que dejará intacto el principio de la inviolabilidad del carácter sagrado de la vida
Esa aceptación del valor inalienable de la persona humana es el fundamento necesario para la correcta comprensión de la responsabilidad pecaminosa. La sinceridad de tal encuentro debe conducir al arrepentimiento ante Dios y ante los ofendidos. Nadie puede argumentar haberse arrepentido ante Dios si no se siente compelido a mostrar el mismo arrepentimiento ante las víctimas que provocó.
El arrepentimiento incluye la necesidad de la justicia o reparación. No es posible concebir un arrepentimiento que no procure sanar, aunque sea simbólica o moralmente, a quienes recibieron el daño. Por su parte, los ofendidos deberán mostrar disposición a otorgar el perdón cuando les sea solicitado. Sin duda que el perdón es una de las características básicas de la fe cristiana y de aquellos que la profesan. Todo esto también incluye un compromiso por parte de la iglesia de promover y facilitar procesos de paz y de reparación con aquellos que han sido lastimados por la violencia y la opresión