De Edimburgo a Lausana, pautas para la misión
A raíz de las características del proceso histórico que dio paso a lo que hoy conocemos como iglesias evangélicas, éstas no poseen una estructura unificada ni tampoco una entidad única de gobierno. Eso, por una parte, supone algunas ventajas, por otra, supone dificultades para el cumplimiento de su misión.
Entre las dificultades cabe mencionar la duplicación de esfuerzos, el individualismo, el desaprovechamiento de recursos y experiencias, la ausencia de un planeamiento estratégico. A principios del siglo pasado las iglesias evangélicas advirtieron la necesidad de la cooperación para un más efectivo cumplimiento de su misión basada en la verdad que les era común. Para sentar las bases de una visión de conjunto se decidió realizar una convocatoria mundial, para conceptualizar la misión y desarrollar una declaración de propósitos.
En 1910, en Edimburgo, se realizó el primer ensayo de unificación de esfuerzos para la evangelización. La definición de misión estuvo determinada por las condiciones de las iglesias representadas, de los Estados Unidos y Europa, y su particular visión del mundo.
Consecuentemente, no debe extrañar que su concepción de misión girará en torno a la idea de naciones emisoras y naciones receptoras. Las naciones emisoras eran las poderosas y las receptoras las de la periferia. En consecuencia, la evangelización se conceptuó en una dimensión geográfica: cruzar fronteras en un esfuerzo por hacer proselitismo y fundar nuevas iglesias.
La cooperación surtió efecto y la multiplicación de iglesias se produjo y, luego, superaron al de las naciones emisoras. Al extenderse las iglesias evangélicas a los otros dos tercios del mundo, otro tipo de preocupaciones comenzaron a avizorar como elementos consustanciales de la evangelización. Se propugnaba por una respuesta cristiana a las situaciones de pobreza e injusticia en la que vivía gran parte de la población. La necesidad de una nueva definición de misión, ante los nuevos alcances, se volvía imperiosa para que las iglesias evangélicas conservaran su pertinencia.
Fue así como en julio de 1974, en la ciudad suiza de Lausana, se convocó el Primer Congreso Mundial de Evangelización. Al Congreso asistieron 2,700 participantes de más de 150 naciones. En su alocución de apertura, el evangelista Billy Graham expresó su primera esperanza para el Congreso: que éste llegara a «formular una declaración bíblica sobre la evangelización». El Congreso logró un consenso entero que definió el evangelizar como «difundir la buena noticia de que Jesucristo murió por nuestros pecados (…) Es la proclamación del Cristo histórico y bíblico como Salvador y Señor». Aclara: «No tenemos libertad de ocultar el costo del discipulado». Y continúa: «Los resultados de la evangelización incluyen la obediencia a Cristo, la incorporación a su iglesia, y el servicio responsable en el mundo».
En relación al servicio responsable, el Pacto de Lausana establece la responsabilidad social de los cristianos como parte de la misión de la iglesia: «Afirmamos que Dios es a la vez el Creador y el Juez de todos los hombres. Por eso debemos compartir su interés por la justicia y la reconciliación en toda la sociedad humana, y su interés por la liberación de los hombres de toda clase de opresión (…) Aquí también expresamos penitencia tanto por nuestra negligencia como por haber considerado a veces que la evangelización y la preocupación social se excluyen mutuamente (…) Cuando las personas reciben a Cristo nacen de nuevo a su Reino, y deben procurar no sólo el mostrar si- no también expandir su rectitud en medio de un mundo injusto. La salvación que afirmamos tener debería estar transformándonos en la totalidad de nuestras responsabilidades personales y sociales. La fe sin obras está muerta».