De la familia a la parentela

De acuerdo a los resultados que arrojó la Encuesta Nacional de Juventud 2005, de la Secretaría de la Juventud de El Salvador, el 68.3% de los jóvenes salvadoreños viven sin su padre y comparten el hogar con su madre y sus hermanos. En un 31.7% de los casos, sin su madre. Las razones para esta ruptura de la familia tradicional son diversas; pero, la emigración a otros países juega un papel sobresaliente.

Si cerca del 70% de los jóvenes vive en un hogar donde se encuentra ausente la figura del padre, de la madre o de ambos, su cuidado pasa a un círculo más amplio que el del grupo familiar. Estos jóvenes y niños quedan bajo la tutela de abuelos, tíos, primos y algunas veces hasta de vecinos.

Bajo estas condiciones se podría sospechar que la familia, entendida en el sentido tradicional, hace mucho que dejó de ser preponderante en nuestro país para convertirse en un privilegio de una minoría. Mientras tanto, las mayorías pasaron del grupo familiar a la parentela. El que los niños y los jóvenes pasen de la familia a la parentela tiene profundas repercusiones en su formación y en su integración social. Si, por ejemplo, los estudios señalan que los padres ocupan el tercer lugar, después de los amigos y la Internet, como fuente de información para los jóvenes en temas relacionados con la sexualidad, ¿qué lugar podría ocupar la parentela cuando muchas veces el vínculo unitivo es solamente la casa en que se habita?

El paso de la familia a la parentela también altera el soporte educativo que los jóvenes necesitan en cuanto al seguimiento que sus padres les ofrecen. Tal seguimiento se diluye o desaparece cuando la responsabilidad recae sobre la parentela, produciendo un desánimo o pérdida de motivación en los estudiantes.

Las necesidades afectivas son igualmente alteradas. El vivir con tíos, abuelos o vecinos amplia el círculo de una manera donde el calor de hogar se diluye. Sobre todo, si esos tutores tienen sus propios hijos a quienes dedican sus esfuerzos y un trato que pudiera llegar a ser prioritario. Tal situación conduce a los jóvenes a una pérdida de la identidad y de la pertenencia y no es extraño que muchos busquen las pandillas tratando de encontrar la aceptación. Eso podría explicar por qué a tantos jóvenes, aparentemente, no les importa el precio que deban pagar para ser aceptados dentro del grupo.

El paso de la familia a la parentela también potencia los riesgos. Si se tiene en cuenta que más del 70% de los casos de abuso sexual se produce entre miembros de la familia o conocidos de la víctima, es fácil concluir cómo la ausencia de los padres sumada a una mayor interrelación con otros familiares potencia la problemática. Podría continuar mencionándose otras muchas desventajas que la transfiguración del concepto de familia en El Salvador provoca. Pero, basten las mencionadas para crear la conciencia que para defender la familia y los valores a ella inherentes se deben enfrentar ahora mayores desafíos de los que hace unas décadas atrás.

Tal situación, exige de las iglesias una reorientación en su pastoral hacia la familia. Ya no es posible continuar con enseñanzas que hace tiempo dejaron de responder a la realidad de la mayoría de familias salvadoreñas. Se hace necesario enfocarse en la dinámica de la parentela como grupo social básico actual. Sólo de esa manera se podrá responder adecuadamente a las exigencias del tiempo presente.

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