De la tolerancia a la libertad de culto
La libertad de culto se entiende como la opción de cada persona de elegir libremente la religión de su preferencia o de no elegir ninguna y poder ejercer su creencia pública o privadamente sin ser víctima de opresión, discriminación o presiones para cambiarla.
La libertad de culto también establece un trato igualitario desde la ley para toda creencia. Éste no es el caso de El Salvador en donde la Constitución establece un reconocimiento oficial al Catolicismo Romano, en tanto que coloca los demás cultos en una posición diferente.
En sentido estricto lo que tenemos en El Salvador es una tolerancia hacia los cultos que permite el ejercicio de religiones distintas a la constitucionalmente reconocida. La idea liberal de tolerancia parte de la convicción de que convivir con aquello que no se comparte es posible. Es un concepto flexible aunque no blando: reconoce la existencia y la legitimidad de lo disímil, pero también el malestar por su presencia; un malestar que induce a resistir ante ella pero de modo contenido y limitado.
La idea de resistencia contenida es intrínseca a la tolerancia ya que ésta es el resultado de una elaboración social deliberada. Expresa el resultado de un cálculo entre los malestares actuales que impone y el balance de las consecuencias futuras en caso que se optase por la intolerancia. Aunque los creyentes que se encuentran en desventaja legal aspiran a la libertad de culto, terminan por resignarse a la tolerancia hacia los cultos solamente porque les protege contra el autoritarismo por el hecho de ser minoría.
Cuando algunas veces aspiran a la libertad de culto recurren al reclamo político o al argumento de su representatividad demográfica sin caer en la cuenta que el cambio
de status es usualmente el resultado de una valoración de las oportunidades y los vínculos ofrecidos por los contextos históricos-sociales. El ser social es capaz de tener en cuenta las mutaciones que se producen en la conciencia colectiva por la exposición a características de vida inéditas y a sistemas de valores que cada vez resultan ser menos heterodoxos.
Esta es una construcción gradual mediante prueba y error, como forma y orden perfectible donde la confianza, la coherencia, la integridad y en general el sistema de valores pesan mucho a la hora de pasar de la tolerancia a la libertad. En el caso de la iglesia evangélica el proceso le impone la comprensión de que la libertad de culto será para todos o no será para nadie. Lo será para ella pero también para todo otro culto, al mismo tiempo que no podrá penalizar el escepticismo.
En un tiempo cuando son comunes la herejía y las nuevas heterodoxias (no necesariamente religiosas) resulta muy cómodo pasar una ley contra ellas y llamar a la policía. Pero la iglesia no puede recurrir a todo método. La iglesia no usa todos los medios posibles porque ellos una vez se encontraron en su contra y al entregar nuevos filos al Estado puede, a la larga, resultar herida.
El método de la iglesia es la verdad y ésta se complementa con el poder espiritual que le ha sido otorgado. La tentación de cambiar sus invencibles recursos por la coerción estatal desvirtúa su misión y contradice su mensaje con lo cual su credibilidad se afecta y se aleja del día cuando bogue la libertad de culto; con sus privilegios pero también con sus riesgos y retos. No es, entonces, si la iglesia ya tiene suficiente número para presionar sino si es ya madura para la libertad.