De Lausana a Manila, pautas para la misión
En el Congreso Mundial de Evangelización de Lausana, en 1974, la expresión más totalizante del pensamiento evangélico, se definió la tarea evangelizadora incluyendo como parte esencial de la misma la responsabilidad social de los cristianos. El asunto era si los cristianos son fieles, bíblicamente, a la tarea evangelizadora cuando el evangelio es presentado de manera descarnada, totalmente enfocado en la salvación de almas desnudas y en indiferencia total a la lacerante realidad, o si por el contrario, como Jesús, cuando se presenta en una encarnación histórica que responde a las condiciones circundantes, principalmente aquellas del Tercer Mundo de donde provienen buena parte de los delegados.
En respuesta, el Pacto de Lausana expresó: «Si bien la reconciliación con el hombre no es reconciliación con Dios, ni la acción social es evangelización, ni la liberación política es salvación, afirmamos sin embargo que tanto la evangelización como el involucramiento socio-político forman parte de nuestro deber cristiano. Porque ambos son expresiones necesarias de nuestras doctrinas sobre Dios y sobre el hombre, sobre nuestro amor al prójimo y sobre nuestra obediencia a Jesucristo. El mensaje de salvación implica también un mensaje de juicio sobre toda forma de alienación, opresión y discriminación, y no debemos tener miedo de denunciar el mal y la injusticia dondequiera que existan».
Desde entonces, el Pacto de Lausana se convirtió en la guía práctica para el cumplimiento de la misión evangélica al ser adoptado por agencias misioneras, denominaciones y ministerios para eclesiásticos. Diversas entidades expresan su identidad y su enfoque afirmando su adherencia al Pacto de Lausana o requiriendo la adhesión al mismo como elemento decisivo para establecer alianzas estratégicas interinstitucionales para el servicio.
En julio de 1989, quince años después de Lausana, se realizó el Segundo Congreso Mundial de Evangelización que, por vez primera, se trasladó a un país del Tercer Mundo, a la ciudad de Manila. Esa vez el congreso sobrepasó los tres mil delegados que provenían de 170 países del mundo. El Pacto de Lausana fue ratificado y, al final, se proclamó el Manifiesto de Manila. Éste consistió en una serie de veintiún declaraciones, que añadieron elementos adicionales para ser reflexionados al lado del Pacto de Lausana para su mejor comprensión y aplicación.
Sobre el tema de la responsabilidad social del cristiano la declaración del reino de Dios demanda necesariamente la denuncia profética de todo lo que no es compatible con él. Entre los males que deploramos, está la violencia destructiva, incluida la institucionalizada, la corrupción polí- tica, todas las formas de explotación de personas y de la tierra, las fuerzas que socavan la familia, el aborto libre, el tráfico de drogas, y la violación de los derechos humanos. En nuestra preocupación por los pobres, nos apena la deuda de los dos tercios del mundo. Sentimos también lo ultrajante de las condiciones infrahumanas en que viven millones de seres humanos, quienes llevan la imagen de Dios como nosotros. Nos arrepentimos porque la estrechez de nuestras preocupaciones y nuestra visión limitada, muchas veces, nos han privado de proclamar debidamente el señorío de Jesucristo sobre toda la vida, ya sea privada o pública, local o global. Nos proponemos obedecer su mandato de «buscar primeramente el Reino de Dios y su justicia» Mateo (6:33)».
De esa manera, la responsabilidad social de los evangélicos había quedado claramente establecida por sí mismos y definida bíblicamente como parte integral del anuncio del evangelio. No obstante, el Pacto de Lausana todavía no ha terminado de calar lo suficiente en todos y se necesita un mayor esfuerzo que permita su adopción como práctica de fe.