Dios antes que los hombres
Los cristianos deben ser obedientes a las autoridades civiles y actuar como ciudadanos responsables. Es lo que el apóstol Pablo enseñó en la conocida recomendación de su carta a los Romanos: «Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios». Después de esa frase, los creyentes parcializados suelen poner un punto final, como si Pablo no hubiera ampliado su enseñanza. Lo hacen con la intención de justificar cualquier actuación gubernamental aun cuando colisione claramente contra los principios de justicia y humanidad. Si bien Pablo aseguró la necesidad de las autoridades civiles en cuanto al principio de autoridad y orden social, también supo establecer límites: «Porque los gobernantes no están para infundir terror a los que hacen lo bueno sino a los que hacen lo malo» (Romanos 13:3). Es decir, el gran fin de las autoridades es el de hacer justicia, pero ¿qué sucede cuando hacen lo contrario?
La respuesta se puede encontrar en las palabras de otro apóstol, Pedro, quien aseguró: «Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hechos 5:29). La obediencia a la autoridad no debe ser absoluta, ni ciega, ni acrítica. Existen situaciones en las que el cristiano no solo puede, sino que debe oponerse con toda resolución. Las autoridades políticas deben respetar a la persona humana, pero si hacen lo contrario, se impone el deber evangélico de la objeción de conciencia. Por tanto, la obediencia a Dios es superior. Ella puede conducir en casos de injusticia a una desobediencia legítima, pero esa desobediencia debe ser no violenta, responsable y con disposición a sufrir las consecuencias tal y como lo han hecho todos los mártires y objetores de conciencia.
La autoridad civil deriva su legitimidad del servicio al bien común, no del mero poder. Cuando la autoridad manda algo contrario al orden moral, a los derechos básicos de la persona humana o a los principios de compasión, pierde automáticamente su legitimidad. Entonces el cristiano tiene el deber moral de resistirla. Esa resistencia debe ser guiada por la conciencia y no por intereses personales o ideologías. Debe ser proporcional, pacífica y fundada en principios éticos universales. Debe procurar agotar todos los medios posibles de diálogo y negociación en busca de una salida de la situación injusta. El cristiano no es anarquista, pues reconoce la autoridad civil; pero tampoco es servil, pues ante una ley humana que promueve lo injusto siempre elige la obediencia a Dios. El cristiano vive como ciudadano responsable al mismo tiempo que es testigo de la verdad moral.
Desde la perspectiva cristiana, la validez de un sistema jurídico no se debe evaluar solo por su «eficacia», sino porque es respetuoso de la justicia, el debido proceso y el respeto a la dignidad de todo humano. El fin no justifica los medios y tampoco se puede volver a la barbarie afirmando que quien no respeta no debe ser respetado. Para eso se dicen ser cristianos, para actuar como tales y no como los más rudimentarios cafres. El cristiano no debe aprobar, colaborar o guardar silencio frente a acciones injustas, aunque las promueva un gobierno muy popular. Los cristianos deben ejercer su función profética que consiste en denunciar el pecado, anunciar la dignidad humana y acompañar a las víctimas.
Los cristianos deben discernir con libertad profética, basados en la palabra de Dios, sin someterse al poder político ni callar ante los abusos. También deben acompañar pastoralmente a las víctimas, promover una cultura de reconciliación y de paz con justicia, no solo de corte autoritario. Deben fomentar una ciudadanía crítica y comprometida, no pasiva ni polarizada.
El pastor Wang Yi, un abogado chino convertido al evangelio y fundador de la iglesia Lluvia Temprana de Chengdu, ha sido encarcelado por rechazar la excesiva intervención del Estado en la vida de la iglesia. En una carta de 2018, antes de su arresto, Wang Yi escribió: «Desodebedeceré todas las leyes que contradicen la Biblia. Pero lo haré con mansedumbre, amor y sin odio». Obedecer a Dios antes que a los hombres implica discernir espiritualmente cuándo el poder ha cruzado la línea que lo separa de la tiranía y, entonces, sin odio, con firmeza, con esperanza, decir que no.