Dioses son, pero como hombres morirán

La primera tentación que el ser humano enfrentó fue la del poder. Según el relato del Génesis ocurrió cuando la serpiente sedujo a la mujer diciéndole que si comía del árbol del conocimiento del bien y del mal sería como Dios. Desde ese momento, el ser humano pensó que si es necesario que haya Dios a él debería corresponderle ese rol. ¿Qué mejor candidato para ser Dios que yo mismo?

La característica fundamental de los dioses es que son poderosos; dicho de otra manera, lo que los hace diferentes es que poseen poder. La civilización humana es la historia denodada de los hombres y mujeres por alcanzar el poder. Aun aquellas personas que no detentan altos cargos, ni son comunicadoras famosas, ni tienen cargos directivos, todas, en su pequeño espacio, pretenden más poder que los demás. Algunos desean más poder que el otro físicamente, poder más que el otro intelectualmente, poder más que el otro al conducir por las calles, poder en la toma de decisiones por encima del otro, poder para mandar y decidir sobre la vida del otro. Todo eso es tan desgastante y, sin embargo, el humano insiste. Lo que provoca la búsqueda del poder es una violencia soterrada: la violencia que genera el pretender poder, más que los demás, más que el marido, más que la mujer, más que el vecino, más que el compañero de trabajo. ¿Soportaré que haya un Dios que no sea yo?

Pero cuando el Dios verdadero apareció en nuestro mundo enseñó que el poder nunca va de arriba abajo, sino que siempre va desde abajo hacia arriba. Por esa razón, Jesús, se quitó su manto, tomó la jofaina, se arrodilló ante sus discípulos y mostró su poder al lavar sus pies. Su poder se manifestaba como servicio, como humillación, como un acto de entrega amorosa a los suyos. Dios mostró su grandeza como pequeñez. Se manifestó como el creador de todas las cosas entrando por la puerta de atrás. De esa manera, pretende salvarnos y rescatarnos de las ansias de poder que provocan tanto sufrimiento y tanta destrucción.

Las guerras, los conflictos, la violencia, el dolor que nos causamos provienen de esa raíz, que es la raíz del maligno: pretender ser más que el otro, pretender dominar al otro, pretender vencer al otro, pretender ser verdugo del otro. Mas Jesús se colocó del lado de los vencidos, del lado de las víctimas, del lado de los perdedores. Para tener el poder del Dios verdadero debemos preguntarnos si estamos dispuestos a perder, dispuestos a ser vencidos, dispuestos a ser víctimas. Esa es la gran cuestión: dejarse lavar los pies por Jesús es elegir estar de parte del vencido, de parte del perdedor, de parte de la víctima.

Todos los gobernantes, emperadores y tiranos que la historia conoce buscaron sin cesar más y más poder. Todos pretendieron y pretenden sentirse dioses para reinar sin límites ni amarres. Desde el alba primera cuando logró el manejo del fuego, la voz de la serpiente pronto les susurró: «serán como dioses». Entonces alzaron la mirada no solo al cielo, sino sobre su prójimo, soñando con tronos interminables. Forjaron imperios con sangre y palabra, esculpieron fronteras en la tierra y en el alma, vistieron de gloria sus cadenas y llamaron destino a su ambición. Con el paso de los siglos, el poder mutó de cetros a cifras, de espadas a pantallas, pero siempre ardiendo con la misma llama antigua: la de someter el mundo a su reflejo. Del bronce al algoritmo, continúan coronándose sin saber si su trono es de oro o de ruina.

«Dioses son», proclama el Salmo eterno, y en esa frase arde la chispa de la soberbia humana, que al verse elevada quiere regir los cielos desde la tierra. Creyéndose inmortales, los hombres alzaron torres, emitieron leyes, edificaron monumentos que pretendían eternizar su nombre. Pero el Salmo pronuncia la sentencia inevitable: «como hombres morirán». Aunque se vistan de gloria, polvo son y al polvo regresan. Ningún cetro detiene la hora, ningún imperio escapa al juicio del tiempo. El poder que tomaron era un préstamo frágil, y al final, incluso los más altos caen, recordando que la eternidad no se conquista, se honra.

Restauración 100.5 FM · Editorial de la semana – Dioses son, pero como hombres morirán
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