El asesinato de un pastor, ¿error o rompimiento?

Durante décadas las iglesias evangélicas han realizado su trabajo en los vecindarios y comunidades bajo control de las pandillas. Amparados por un código no escrito, pero sí conversado muchas veces, el trabajo de las iglesias ha contado con la confianza y el respeto de las pandillas. Eso no se ha quedado en puras palabras, sino que ha sido la constante de la interacción durante muchos años. Aunque no se trata de una inmunidad absoluta sí existe un equilibrio delicado que proporciona el espacio para el trabajo evangélico. Las iglesias nacieron junto con las comunidades y han sido parte estructural de ellas. No es que las iglesias puedan entrar a las zonas controladas, sino que han estado en ellas todo el tiempo. El hecho de ser familiares las dota de esa relativa licencia que les permite mediar para sanar las relaciones comunales, solventar sacrificialmente las carencias, ofrecer programas integrales para la niñez y proyectos de conversión e inserción para miembros de pandillas. Dentro de los códigos de honor, hasta hoy, las pandillas continúan respetando la decisión de sus miembros cuando optan por abandonar la estructura e incorporarse a una iglesia, siempre y cuando sea una conversión que pueda ser constatada por la pandilla.

En ese contexto resulta chocante e inexplicable el asesinato del pastor Ricardo Mejía, de iglesia Elim, el pasado 31 de marzo en la colonia Madre Tierra 2 de Apopa. Se trataba de un hombre de fe, completamente comprometido con la Iglesia y los vecinos de la zona donde vivía y ejercía su ministerio. Por más de veinte años se dedicó apasionadamente a evangelizar a las personas necesitadas y su condición de pastor era vastamente conocida. A través de él muchos jóvenes militantes de las estructuras alcanzaron una transformación de vida que les permitió seguir procesos de inserción social. Muchos de ellos ahora son miembros de la iglesia y desarrollan tareas de liderazgo. El pastor Mejía no había recibido amenazas ni advertencias de ningún tipo. Podría pensarse en un error de identificación, pero para estas alturas sería algo que los hechores se habrían apresurado a aclarar.

No quisiéramos pensar que se trata de un rompimiento de la interacción respetuosa que ha sido característica todo este tiempo, pues eso pondría en peligro la vida de otros pastores que viven y trabajan en zonas igualmente controladas. Ni hablar de la seguridad de niños y jóvenes cuya integridad y decisión de permanecer fuera de las pandillas es respetada por su condición de miembros activos de las iglesias. Un rompimiento de ese tipo terminaría por cerrar una de las pocas esperanzas de alivio que quedan para las comunidades y el principal elemento de mediación hacia la paz y reconciliación.

El pastor Ricardo Mejía estaba plenamente consciente de los riesgos que representaba la tarea de evangelización en ambientes violentos. Pero su amor hacia las personas fue más grande que sus temores. De manera paciente se dedicó a llevar fe y esperanza a los marginados con un especial énfasis en niños y jóvenes. Su pasión por Cristo y su entrega al trabajo serán recordadas por los que le conocimos. Su sangre derramada resurgirá como vida en los jóvenes que le atacaron y por quienes se entregó. Para quienes seguimos con la tarea resulta importante preservar las condiciones de convivencia hasta hoy usuales para que no se cierre la puerta de oportunidad y para que ya no haya otras cruces.

Comments
One Response to “El asesinato de un pastor, ¿error o rompimiento?”
  1. Magdalena Cortez dice:

    Excelente editorial, lamento mucho la muerte del Pastor y reconozco que hacen trabajo de alto riego. Que Dios sea propicio a su familia y a la Iglesia.

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