El corazón de los derechos humanos
Para algunas personas, la mención de los derechos humanos resulta ser desagradable pues los consideran una garantía para las personas que cometen delitos y un freno que impide a los policías darle a los malos su merecido, un obstáculo que impide remediar los males sociales. Casi todas las personas que piensan de esa manera pertenecen a la generación de posguerra, aquellos que no experimentaron ni tuvieron familiares que fueran víctimas de abusos inhumanos de todo tipo.
La guerra no fue más que el encadenamiento de sucesivas violaciones a los derechos a la vida y a la seguridad, en la mayor parte de casos, de personas no combatientes. Tales violaciones generaron una presión internacional que empujó a las partes a la mesa de negociación.
El tema de los derechos humanos fue uno de los tres primeros en mencionarse como objeto de la negociación en Ginebra, en abril de 1990. En el acuerdo de Caracas en mayo del mismo año fue tema central dentro de la agenda. En julio el tema de los derechos humanos se convirtió en el primer y único acuerdo de la negociación en San José. Ambas partes sabían que si la guerra llegaría a su fin sería solamente por asegurar a cada ciudadano sus derechos fundamentales. El respeto a los derechos humanos, principalmente el de la vida, fue el estimulo que animó el esfuerzo por construir los acuerdos de paz y, sin duda, fue su observancia lo que hizo posible que el proceso no se derrumbara.
Las atrocidades inimaginables que se vivieron son la razón para ubicar los derechos humanos en su actual posición eminente. Ellos no son solo un conjunto de leyes o decisiones normativas emitidas por un gobierno sino que expresan una dimensión ética y racional que es su fundamento y su fin. Para que la Declaración de Derechos Humanos llegara a ser universal, fue necesario alcanzar un consenso de lo que para diferentes culturas, expresiones jurídicas y sistemas sociales era el núcleo mínimo de valores que se debía reconocer a las personas. La lucha por cerrar la brecha entre lo justo y lo injusto, entre el desarrollo y la pobreza, entre la seguridad y el conflicto no es más que la lucha por los derechos y las garantías para toda persona. Ese mínimo humano universal es el que suele olvidarse cuando, en el día a día, se separa la dimensión ética de la legal. Entonces los derechos humanos corren el riesgo de reducirse a un conjunto de normas o protocolos despreciables.
Es esencial no perder de vista que el sentido común de la justicia es la base de los derechos humanos y que debería inspirar la solidaridad entre los miembros de la sociedad. Es la manera de garantizar la convivencia pacífica, pues, si una persona es víctima de trato inhumano muy pronto caerá en la desesperación y podrá ceder con mayor facilidad a la tentación de la violencia convirtiéndose ella misma en una amenaza para los demás. Usualmente quien agrede a otros es porque antes fue agredido. De esa manera, todos terminamos perdiendo. La construcción de las condiciones mínimas para la justicia que son propugnadas por los derechos humanos se vuelve valedera para todos los tiempos y para todos los pueblos y, consecuentemente, deben ser respetados como expresión de la justicia y no solamente porque se impongan por medio de las legislaciones.