El desencanto ciudadano
La polarización política en El Salvador hunde sus raíces en la colonización misma. En diversos momentos ha tenido expresiones críticas y violentas: indios y blancos, liberales y conservadores, oposición y militarismo, guerrilla y ejército, derecha e izquierda. La actividad política ha consistido históricamente en un continuo enfrentamiento de los polos que no ha dejado espacio para otras expresiones independientes y mucho menos para aquellas que intentan ubicarse al centro. La dificultad para comprender y solucionar los problemas nacionales ha residido en el enfoque polarizado que se hace de los mismos. Tal ha ocurrido con el tema de la seguridad. Mientras la violencia de las pandillas no tuvo la dimensión como para ser instrumentalizada en esa visión política polarizada no se le dio importancia, dejando crecer un problema que pudo ser prevenido y solucionado con relativa facilidad. Cuando la violencia ya se había dejado crecer demasiado se comenzó a utilizar en dos sentidos: un polo lanzó las campañas publicitarias del “manodurismo” y el otro echó en cara el fracaso que tal línea representaba. Al producirse la alternancia en el gobierno central los papeles se invirtieron. Los señalamientos fueron los mismos pero los autores se intercambiaron.
En el fondo, es evidente que no existe un interés de resolver los problemas sino un interés de utilizar los problemas para obtener réditos electorales. Al presente, no ha sido posible construir un esfuerzo común de largo plazo que permita hacer frente al problema de seguridad de manera seria. Cada cinco años se desecha todo esfuerzo anterior incluyendo los aspectos positivos que puedan poseer. Siempre estamos comenzando de nuevo y nunca avanzando en un problema cuya solución debería ser interés común de ambos polos, dado que su continuidad y agravamiento puede llevar a un colapso de la credibilidad ciudadana en el sistema de partidos. Todavía es latente la melancolía por los gobiernos autoritarios y dictatoriales. Ante el creciente desencanto que el binomio partidario produce, la ciudadanía puede sentirse tentada a echar por la borda a los partidos y optar por caudillos que sí resuelvan sus necesidades inmediatas aunque se sacrifiquen ciertas libertades. Es la historia que ha ocurrido ya en nuestra América Latina y cuyas lecciones están allí para quien desee recordarlas.
En el afán de desacreditar al polo opuesto se recurre a la mentira, la manipulación y a la más procaz hipocresía. Esos recursos pueden funcionar por un tiempo, por años, pero llega el momento cuando las personas despiertan. En la medida que la ciudadanía adquiere acceso a información directa y en la medida que aparecen medios de comunicación alternativos es cada vez más difícil manipular la opinión popular.
Eso conduce a una conclusión ciudadana evidente: no existen los ideales, no existe la ética ni el concepto de lo correcto. No hay tal lucha por los desposeídos ni por el desarrollo. En el fondo, se trata de la misma miasma. Los discursos cada vez persuadirán menos y el entusiasmo en los procesos electorales perderá fuerza. Mientras tanto, los pobres seguirán muriendo, muriendo, muriendo. Da la impresión que existe una complacencia tácita cuando el número de asesinatos incrementa ya que el mismo puede ser utilizado para desacreditar al polo opuesto. No hay nada más inhumano y anticristiano que eso.