El estado de corrupción
Debido a que la corrupción parece ser una lacra cuasi cultural puede generar en la ciudadanía la reacción de la resignación y del fatalismo, que considera que no se puede hacer nada al respecto. Al llegar a este punto, las opciones posibles demandan clarividencia de los electores para poder escoger la opción menos corrupta pero, entre ellas, la de la probidad les parece una quimera.
La corrupción generalmente no deja rastros y se vuelve difícil de detectar y de demostrar. Las partes culpables no dejan víctimas personalizadas, ya que el daño recae sobre toda la sociedad. Sus principales aliados son el silencio y la impunidad. La corrupción tiene como punto de partida la anteposición de intereses personales por encima de las personas y de los ideales de servicio.
Consecuentemente, quien comete actos de corrupción es una persona de moral corrupta. Es carente de sensibilidad y de ética. Las prácticas religiosas que profesa son parte de su mascarada. Sus acciones son sustentadas en su autoritarismo, discrecionalidad y la falta de transparencia.
Existe una primera esfera que podemos llamar la de los actos de corrupción. Estos se producen cuando una persona, en el sector privado o público, obligada moral o legalmente hacia un interés ajeno lo pospone priorizando su interés propio. Los actos de corrupción pueden ser tan variados como la propina, los regalos, la exacción y el cohecho.
Se espera que los actos de corrupción sean castigados por el gobierno, pero ¿quién controla y castiga la corrupción en los gobiernos? Cuando se desvirtúa la función del Estado en provecho propio se llega a la segunda esfera que es el estado de corrupción. La corrupción estatal es posible cuando el dinero ocupa un lugar demasiado elevado en la tabla de valores de una sociedad. En tal caso, el dinero aparece como objetivo final.
En el estado de corrupción el éxito se conceptúa como la acumulación personal y no como el desarrollo de las potencialidades de un pueblo al cual se le debe servicio. Ya es perjudicial que en una sociedad el éxito se mida en función del dinero que se posee. Pero mucho más perjudicial es cuando en esa sociedad no se encuentran alternativas de enriquecimiento. Las acciones corruptas de los gobiernos sientan precedentes para el envilecimiento de la política. Las sucesivas generaciones de políticos solamente esperan su momento para reproducir los ciclos de aprovechamiento y deshumanización.
Quien desea dinero, lo desea pronto. Y dado que la institucionalidad que debería impedir la corrupción se muestra inoperante, la corrupción se presenta como la gran tentación ante la cual solamente resisten quienes poseen una contextura moral sólida. De manera que no es verdadera. la idea bastante tradicional de que las personas acomodadas se encuentran menos expuestos a la corrupción en tanto que los menos adinerados son más susceptibles a ella. El problema no es de grados de posesión sino de grados de fortaleza espiritual. De convicciones, de principios.
Desde ese punto de vista, las personas deberían ser evaluadas no solamente por sus cualidades académicas, por las cancioncillas de sus campañas electorales o su discurso. El escrutinio debe comenzar por las características de la vida privada. Es allí donde las personas revelan su auténtico carácter moral. El esfuerzo por separar la imagen pública de la real es ya un mal síntoma
Pocos son los candidatos a puestos públicos que basan sus campañas en su vida hogareña y en su recorrido moral. Pero, no basta con poseer una vida ejemplar. Es importante poseer la firmeza y el carácter para tomar medidas contra aquellos que medran de dinero ajeno.