El imperio de la mentira
Vivimos una hora oscura cuando la mentira se usa de manera abierta y sin disimulo. Esto no ocurre de manera incidental sino intencional. Se trata de un recurso premeditado que prioriza la imagen, los espejismos y la ilusión en un esfuerzo específico de engaño. Virtudes como la sinceridad, el honor de la palabra y la ética de la honestidad viven un mal momento.
En esta lucha entre la verdad y la mentira las personas han dejado de creer mayoritariamente en la sinceridad y se doblegan ante la intriga. Otros, han traicionado sus conciencias y abrazan el engaño para justificar los abusos que les son rentables. Pero también es la hora cuando los cristianos, como defensores de lo verdadero, deben desarrollar un gran sentido de discernimiento. Examinándolo todo sin temor, amando la verdad, cualquiera sea, y permaneciendo firmes contra el embuste.
Se debe rescatar la capacidad de generar pensamiento propio, rechazando la pereza de permitir que otros piensen por uno. También se debe renunciar a la comodidad de creer a la mentira en lugar de la verdad. Es cómodo porque al aceptar la mentira se ahorra el trabajo de contrastar palabras con realidades, de analizar y preguntar, de leer y escuchar razones. Se puede renunciar a la verdad de manera temporal, pero el problema es que vivimos en un mundo de realidades y quien rehúsa descubrir la verdad de seguro tendrá que enfrentarse con ella de manera desagradable.
Cuando la mentira es señora, todos pierden un poco pues se extiende y se adopta cada vez más la idea de que los logros en la vida se alcanzan por el descaro. La mentira, antes despreciable, se va normalizando y todos comienzan a convertirse en timadores. Con cada vez menos vergüenza se hace uso de la estafa, la distorsión, el ocultamiento, el denigrar, la alteración de los hechos y la construcción de una realidad paralela. A ella las personas pueden aferrarse todo el tiempo que deseen, pero lo será no por ingenuidad sino por una pérdida lamentable de la integridad y del sentido de lo correcto. Para entonces, el apego a la farsa habrá producido enemistades, enfriamiento de las relaciones familiares, disputas entre vecinos, discordias con compañeros de trabajo y discusiones improductivas en las iglesias. Después de un tiempo, cuando las cosas maduren y se cuente la realidad de lo ocurrido, la verdad siempre prevalecerá. Porque es invencible y no se la puede negar. Entonces, y quizá solo entonces, se lamentará el tiempo perdido y las relaciones deterioradas; todo, por algo que no valía la pena de ninguna manera.
Llegamos a este punto por la acción de mentirosos que se fueron superando el uno al otro hasta alcanzar el nivel de deshonestidad actual. Porque solo los deshonestos son los que niegan la realidad e intentan falsearla.
La mentira es un irrespeto a la dignidad de las personas porque les niega la libertad de actuar conscientemente. Al negarles la información correcta y sustituirla por un fraude toman sus decisiones bajo engaño, decisiones que serían muy diferentes si se les hubiese respetado su derecho a conocer la verdad.
Toda acción dictada por la mentira, la coacción o el miedo deja de ser moral, por muy buena que su intención sea. Es mejor ser libre y cometer errores que ser esclavo del engaño para evitarlos. Solo las personas humildes terminarán reconociendo la verdad. Una vida sin mentiras tiene que ser una vida de humildad.
Justo esto comentaba a mi familia, es necesario leer e informarse, el conocimiento , de la realidad , nos hará comprender , llevar a la oración con entendimiento y accionar
Sabias palabras que pueden aplicarse a cualquier área de la vida: trabajo, relaciones, política,etc. La Verdad nunca debería manipularse. Gracias por compartir!
Yo tengo la impresión de que el mundo siempre ha sido el imperio de la mentira. Puede que estos tiempos que vivimos sean un «pico» de la gráfica, pero con sus picos y sus valles, siempre nos hemos estado mintiendo y engañando unos a otros.
La verdad, toda la verdad, y nada más que la verdad, sólo la conoceremos el día del Juicio Final. Pero mientras tanto, no debemos perder la esperanza. Si creemos que el mundo siempre ha sido así, pues hay que reconocer que el mundo no se ha acabado: seguimos todos vivos aquí. Y el cristianismo, más o menos perseguido, sigue existiendo como siempre.
¡Ea! Que estos tiempos se parecen un poco a las persecuciones del Imperio Romano y ya sabemos como acabó la cosa. Aprendamos de los cristianos de aquellos tiempos y no nos preocupemos demasiado, que todo está en las manos de Dios.