El mundo al revés
El concepto básico que da razón a los sistemas penales es el de disuadir a las personas de cometer delitos. La idea esencial es que la cárcel es un castigo y las incomodidades del lugar se encargan de mostrárselo a cualquiera que va a parar allí. No obstante, cada quien tiene su propia visión de la vida y juzga las experiencias de acuerdo a sus principios y valores. En el mundo muy cerrado y homogéneo de las pandillas también funcionan códigos y valores que construyen una cosmovisión diferente a la de las demás personas. Para ellos, el significado de los penales es inverso al común de la sociedad. Mientras que para cualquier persona ir a parar a la cárcel es un motivo de vergüenza, para un miembro de pandillas es una prueba de valor que resalta su virilidad y mejora su imagen frente al grupo. Para las personas promedio la prisión implica una pérdida de su trabajo y, probablemente, de su profesión; pero para un miembro de pandilla nada cambia. No tiene un trabajo que perder y tampoco una profesión que sea puesta en riesgo.
Para el ciudadano común, la cárcel implica una pérdida de la reputación, en tanto que para un miembro de pandillas le significa granjearse más respeto y mayor reputación dentro de su estructura. Por haber estado en la prisión le rodeará un halo de heroísmo y su fortaleza habrá sido demostrada. Para las demás personas la cárcel les coloca un estigma que les perseguirá quizá toda la vida, lo cual les puede obstaculizar el recibir oportunidades; pero para el miembro de pandillas su vida ya no puede ser mayormente afectada y, como hemos mencionado, si le afecta será en el sentido de consolidar su liderazgo dentro del grupo. Un ciudadano de a pie experimenta temor al ingresar a un centro penal pues no sabe a qué peligros se enfrentará adentro; en cambio, para un miembro de pandillas la cárcel es un recinto donde ya es conocido por su grupo y donde posee seguridad de que no será atacado por las pandillas rivales ni por grupos de exterminio. Para personas comunes las prisiones resultan más temibles en tanto que las condiciones en ellas sean más inhumanas; pero para el miembro de pandillas un trato más inhumano significa mayor heroísmo y hombría.
Las personas que se encuentran sometidas al rigor de las medidas extraordinarias sufren condiciones de mucho maltrato y deshumanización; pero eso, en lugar de quebrarles el espíritu, les desarrolla una actitud de resistencia continua, de lucha obstinada. También despiertan sus más viles instintos de amargura, rencor, codicia y violencia. Esas personas no estarán allí para siempre, un día saldrán de su confinamiento y al hacerlo la sociedad recibirá personas degradadas con muchos deseos de venganza hacia el sistema que los encerró, los humilló y los maltrató. Por supuesto que todo esto no significa que los reclusos tengan que ser dejados en libertad, pero sí significa que el problema de la violencia nunca encontrará final si no se toma ninguna otra medida que la del encarcelamiento.
Ya somos uno de los países con mayores índices de ciudadanos privados de libertad en el planeta y no hay evidencias duraderas de que las cosas vayan mejorando. Es necesario comprender que el sistema penal no significa lo mismo para todas las personas y, tal como están las cosas, tampoco garantiza su rehabilitación. Hoy por hoy, es un potenciador y consolidador de los liderazgos pandilleriles y eso de ninguna manera contribuye a la solución.