El pensamiento simple
Las personas poco reflexivas desarrollan sus conclusiones a partir de la observación de los hechos empíricos. Tal cosa, aunque lógica, es insuficiente para comprender la realidad ya que deja de lado la observación global de los hechos y la identificación de los principios que subyacen tras cada fenómeno. Tal manera de pensar conduce a formas erróneas de entender la realidad y, consecuentemente, de abordarla. El tema de la violencia de las pandillas, es necesario enfrentarlo utilizando los recursos del pensamiento analítico. Es decir, partir de los hechos para extraer el carácter general, necesario y objetivo de la verdad. No dando por sentado nada que no se haya comprobado previamente y descubriendo tras lo casual y caótico los principios objetivos sin cuya comprensión es imposible elaborar propuestas reales de solución.
Explicar y querer resolver el problema de la seguridad sin identificar y comprender sus causas subyacentes, conduce a abandonar el intento de paliar o erradicar tales causas para enfocarse en el tratamiento tradicional del crimen que se limita al castigo y al aprisionamiento. La principal limitación y obstáculo a la habilidad de entender y prevenir la violencia es la carencia de una teoría general consciente sobre la materia. Sería bastante útil que un sector importante de la sociedad comprendiera tal teoría pero es imprescindible que quienes aspiran a solucionar el problema desde los instrumentos del estado la conozcan sólidamente. O, al menos, deberían asegurarse de rodearse de asesores que puedan ilustrarles sobre recursos objetivos de enfrentamiento y prevención. Lastimosamente, las afirmaciones comunes sobre la violencia, que suelen hacer como si fuesen explicaciones de la misma, dejan al descubierto su insuficiente comprensión del problema.
Si esto ocurre como una táctica electoral para conectar con la visión sencilla de la población cansada de tanta inseguridad, sería bastante deshonesto y falto de respeto. Lastimosamente, la honestidad y el respeto son cosas que no suelen valorarse y mucho menos tomarse como elementos rectores de la propaganda electoral. Pero, si por el contrario, los aspirantes hablan con honestidad y seriedad lo que en verdad piensan, el panorama se vuelve todavía más oscuro, pues mostraría lo lejos que se encuentran de comprender y de solucionar o, al menos, mitigar el problema de la violencia.
La insistencia de personas, instituciones e iglesias comienza a hacer eco en el discurso de algunos de los aspirantes pero todavía sin llegar a cuajar en una propuesta coherente e integral de política pública de prevención de la violencia. El rechazo y la desaprobación de las conductas delictivas y criminales son atinadas pero no constituyen una explicación a las mismas. Consecuentemente, tampoco constituyen una solución por mucho que conecten con la visión popular que no ha transitado el método científico, de lo cual, la población trabajadora no es culpable pero que resulta imperdonable en quienes aspiran a velar por la seguridad de esos trabajadores. El lado dramático de todo esto es el saldo diario de muerte y sufrimiento que la población debe afrontar, principalmente las mayorías empobrecidas para quienes no existen garantías de seguridad ni de vida. El gran riesgo de que las cosas continúen así es que se puede producir la pérdida generalizada de la esperanza que luego conduzca a acciones desesperadas fuera de control. El tema es demasiado grave para equivocarse otra vez basándose en el pensamiento simple.