El político siervo

En el mundo antiguo, los personajes públicos, los señores terrenales, se sentaban a las mesas para que las personas de menor escala social les sirvieran o atendieran, Casi lo mismo ocurre en nuestro tiempo, ya que las posiciones de estatus y de poder de cada uno pueden notarse en los lugares que los personajes públicos ocupan en las ceremonias y recepciones oficiales.

Pero en el reino de Dios la grandeza no se define por el estatus ni por la capacidad de dominio que un individuo tiene sino por la capacidad de servir de manera sacrificada a los demás y por la disposición de dar la vida por amor al prójimo.

 Esta idea Jesús la expuso a sus discípulos ante la pretensión que mostraban de ser los más Importantes en el reino que consideraban inminente. Al adoptar esa actitud ante el poder los discípulos evidenciaron no haber comprendido el mensaje clave de servicio que se requiere de los cristianos. Jesús dijo: «¿Quién es más importante, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No lo es el que está sentado a la mesa? Sin embargo, yo estoy entre ustedes como una que sirve» Lucas 22:27.

Jesús, el rey siervo, rechaza toda forma humana de lucha por el estatus y demanda a sus discípulos que cuando estén en el ejercicio del poder actúen como él actuó, y no como las otras autoridades que orbitan alrededor de la grandeza, del nepotismo, del amor al lujo y de la corrupción, pero nunca del servicio.

 La participación de los cristianos en política partidista solamente adquiere sentido cuando coloca como base y horizonte el servicio desinteresado a todos los ciudadanos. Tendrá que ser así, entre otras razones, porque para ellos el modelo es Jesús y el horizonte es el reino de Dios. En consecuencia, toda búsqueda enfermiza de protagonismo y de los primeros lugares, todo interés personal o de grupo sobre el de la colectividad, toda sed de enriquecimiento ilícito, constituyen una negación de la identidad cristiana y, en tal caso, sería mejor para tales personas quedarse en casa en lugar de salir a denigrar públicamente la causa del evangelio.

Dos de las marcas que perfilan la forma de entender la autoridad delegada de manera mundana y pecaminosa son el actuar egoístamente con miras a la instrumentalización del poder para favorecer intereses personales o de sectores, y la insensibilidad manifestada hacia actos que violan la dignidad humana, principalmente de los más vulnerables; comenzando por el respeto a la vida.

 Los cristianos deben verse como ciudadanos de una polis en la que deben dar testimonio del reino de Dios y su justicia siguiendo el luminoso ejemplo de Jesús, el sirviente por excelencia. Así, los cristianos contribuirían a volver digerible la idea que el funcionario público es un servidor de la ciudadanía.

La práctica de la honestidad, la integridad y la sapiencia (sabiduría) levantarán la imagen del político como una de las profesiones más respetables y honorables. Quienes se sienten llamados a incursionar en el campo político partidista deben entender cómo funcionan las estructuras de poder y cómo se establecen los pactos y consensos. Deben desarrollar una experiencia previa de gestión y de entendimientos para no terminar cediendo en asuntos éticos que deberían ser insobornables para un cristiano.

La improvisación, el oportunismo y la búsqueda de los partidos políticos de alianzas «estratégicas» con los evangélicos son elementos que pueden convertir a los creyentes en tontos útiles, no siempre ingenuos; pero, lo peor, alejarlos del seguimiento del rey siervo y de las enseñanzas bíblicas concernientes al ejercicio del poder en sus acciones sociales y políticas.

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