El resurgimiento de la verdad

En la actualidad la persona promedio enfrenta una paradoja: a pesar de disponer de más acceso a la información que nunca antes en la historia, sus creencias están modeladas por rumores, noticias falsas, teorías conspirativas y manipulaciones emocionales. A este fenómeno se le llama posverdad, el cual, describe una situación en la que los hechos objetivos tienen menos influencia sobre la opinión pública que las emociones o creencias personales. No se trata de una simple mentira o error; es algo más sutil y peligroso: es la aceptación de versiones de la realidad que las personas «sienten verdaderas», aunque no lo sean. Prefieren el relato que coincide con lo que quieren creer, aunque contradiga la evidencia.

La posverdad no es nueva, pero ha cobrado fuerza en la última década, debido principalmente a la influencia de las redes sociales. Demasiadas personas han renunciado a indagar los hechos y conocer la verdad a cambio de ser estimulados emocionalmente. La lógica del clic, la inmediatez y la necesidad de confirmar las propias creencias ha creado un entorno fértil para la desinformación y la mentira.

El gran peligro de la manipulación emocional es que cada quien elabora su propia verdad y, con ello, se pierde la referencia común de lo que es real. En ese punto, ya no hay nada que pueda darse por válido. Cualquier invento o mentira pueden ser recibidos como verdaderos. A la inversa, lo objetivamente probado y demostrado no basta para persuadir sobre su realidad. Derrotada la verdad enfrentamos consecuencias graves: desde rechazar vacunas y otros medicamentos hasta negar el cambio climático o justificar la corrupción y la violencia política. La polarización social se profundiza y ya no se dialoga ni se debate, sino que se descalifica al otro con insultos y obscenidades. La sociedad se fragmenta en grupos que viven en realidades distintas, una emocional y la otra factual, incapaces de entenderse.

Si los hechos ya no importan, ¿para qué sirve el periodismo riguroso? ¿Qué valor tiene la ciencia o la justicia? Todo puede ser tachado de manipulado, y lo único que parece valer es la narrativa más viral, aunque sea falsa. De allí que predomine un desprecio hacia la ciencia, la investigación y la cultura en general. También se pierde el aprecio por la institucionalidad republicana como el balance de poderes, el estado de derecho, las libertades civiles y la justicia independiente. Llegados a esta condición, la posverdad se convierte en un campo fértil para la manipulación política. Si los líderes pueden decir lo que sea sin que la verdad importe, entonces el poder se vuelve más emocional que racional. Se apela al miedo, al enojo o al resentimiento, en lugar de presentar propuestas basadas en evidencia. Así se debilita la democracia, porque una ciudadanía mal informada no puede tomar decisiones responsables.

Las grandes claves para prevenir la posverdad son la educación, la responsabilidad y el pensamiento crítico. Ninguna de estas cosas se logran de la noche a la mañana. Se trata de procesos en los que se deben invertir años de formación. La educación crítica debe enseñarse desde la escuela hasta la vida adulta. Las personas deben aprender no solo a leer y escribir, sino a identificar fuentes confiables, reconocer sesgos y cuestionar lo que consumen. Esto no es opcional en el siglo XXI: es una habilidad básica para la vida.

También se debe aprender a valorar el pensamiento basado en evidencias. La ciencia, el periodismo serio y los datos contrastados no son enemigos de las creencias: son aliados para comprender el mundo. Combatir la posverdad no es solo pelear por los hechos, sino también por la empatía y el diálogo. Escuchar a quien piensa distinto sin desprecio, abrir espacios para el debate constructivo y recordar que la verdad no siempre es cómoda, pero sí necesaria.

Al final, la verdad terminará por imponerse. Porque lo real existe independientemente de que se perciba o no. Está allí y, nos guste o no, un día se tropezará con ello. Desde el punto de vista de la ética cristiana, la verdad siempre será vindicada. No hay nada oculto que no haya de saberse. La verdad puede ser negada, vilipendiada, asesinada y enterrada. Pero por su misma naturaleza, terminará por resucitar. No se puede escapar a la realidad.

Restauración 100.5 FM · Editorial de la semana – El resurgimiento de la verdad
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