El último cartucho
La violencia es un lenguaje que utilizan algunas personas para comunicarse. Los actos violentos son articulaciones con las que se desea transmitir un contenido.
Normalmente, los emisores poseen una baja autoestima o condiciones de vida marginales. Con el lenguaje de la violencia el emisor pretende comunicarse con su entorno. A veces el mensaje se comprende claramente. Otras, el mensaje no queda muy claro y da paso a una reiteración del mismo. Las personas recurren a la violencia como medida extrema y radical de expresión.
Cuando al mensaje violento se le quiere combatir con la fuerza, ocurre lo mismo que cuando dos personas hablan al mismo tiempo: se hará escuchar quien alce más alto la voz. Considerar que la seguridad ciudadana es un asunto exclusivo de la fuerza represiva es no comprender la naturaleza de la violencia, especialmente en un país culturalmente violento como El Salvador.
Cuando el Estado usa la represión como su principal herramienta para poner orden está colocando a la fuerza como un factor de referencia y propiciando la naturaleza de la respuesta del adversario. A eso obedece que las medidas hasta hoy adoptadas no hayan logrado reducir ni controlar la criminalidad sino multiplicarla.
Las prisiones se encuentran saturadas, colapsadas y con un control cada vez mayor por parte de los reclusos. El sistema judicial apenas logró condenas en unos cien de los 4,365 homicidios ocurridos durante 2009. La impunidad alienta al infractor y desalienta a los testigos quienes no desean ser mártires de una causa vana. La violencia ha sobrepasado las capacidades de la justicia y eso no significa otra cosa más que la derrota del Poder Judicial.
Eso ocurrió porque se pensó que el problema de la violencia era algo que la Policía debía resolver descuidando la investigación científica del crimen, el fortalecimiento de la justicia y del sistema de prisiones del país. La dinámica de la violencia sobrepasó también las capacidades de la Policía. El colocar a la Fuerza Armada en tareas de seguridad pública es un reconocimiento tácito que la Policía ha sido también sobrepasada en su capacidad. El problema es que el ejército es ya el último recurso con que cuenta el Estado en materia de represión.
Durante las primeras semanas, después de la salida del ejército a las calles, se pudo percibir una reducción en el índice de crímenes y la ciudadanía respiró un poco de relativa tranquilidad. Pero en la medida que el tiempo transcurre, los índices de asesinatos y extorsiones recobran los niveles anteriores aun con la presencia de la Fuerza Armada.
La violencia tiene su propia dinámica vital. Es una espiral que inicia un nuevo ciclo ascendente si se la alimenta de su misma naturaleza. La presencia de efectivos militares puede mover al uso de un mayor poder de fuego. La violencia se volverá entonces más indiscriminada e intensa. Se necesitarán mayores recursos económicos, territorios más amplios y nuevas modalidades de movilización y agrupamiento. Pudiera ser que nos estemos acercando al punto sin retorno.
Pero siempre queda un espacio para la esperanza. Nuestra historia reciente nos demuestra que es posible lograr treguas. La muerte lleva al cansancio y aquellos que ponen buena parte de las víctimas llegan al punto de aspirar por un sentido existencial. Si se abren los espacios para mayor inversión social y la apertura de oportunidades se estaría ensayando un camino aún no recorrido y que ha sido la nota común en las recomendaciones de múltiples estudios e investigaciones realizadas sobre el tema en el país.