Gobernar sirviendo
El concepto que los israelitas tenían del Cristo era el de un rey guerrero y vencedor. A semejanza de su ancestro David, derrotaría militarmente a los enemigos del pueblo escogido y recuperaría la soberanía del reino. Esta idea aplicada al momento concreto de Jesús significaba la liberación de las fuerzas romanas que llevaban ya cien años dominándolos. Cuando Jesús decidió encaminarse hacia Jerusalén los discípulos pensaron que el momento para la toma del poder había llegado. Los hermanos Santiago y Juan planearon asegurarse las posiciones de mayor poder y se adelantaron a pedirle a Jesús que cuando comenzara a reinar ellos pudieran sentarse a su derecha y a su izquierda. El sentarse a la derecha implicaba ser el segundo en poder, y el sentarse a la izquierda el tercero.
Cuando los otros discípulos se enteraron de la petición de Santiago y Juan, se indignaron. Pero no por la evidente ambición de los hermanos sino porque ellos deseaban esas mismas posiciones. Eso devino en una disputa de poder. Entonces Jesús los llamó y les dijo: “Los gobernantes de este mundo tratan a su pueblo con prepotencia y los funcionarios hacen alarde de su autoridad frente a los súbditos. Pero entre ustedes será diferente. El que quiera ser líder entre ustedes deberá ser sirviente” (Marcos 10:42-43).
La lección de Jesús fue radical al establecer para los cristianos una manera diferente de ejercer el poder: crecer disminuyendo, destacar retrocediendo, gobernar sirviendo, mandar obedeciendo y vivir muriendo. Estas normas son el camino en todas la áreas, dentro de la iglesia y fuera de ella. También son muy aplicables en el ejercicio del poder político. Hay un llamado evidente y una práctica concreta que Jesús estableció para sus seguidores cuando asumieran cargos de poder. Ellos no pueden regirse por el criterio mundano del abuso de la autoridad. Para ellos hay un camino mejor, el mismo que trazó Jesús con su ejemplo: gobernar sirviendo.
La enseñanza de Jesús cobraba mayor relevancia por el hecho de que la disputa de poder se produjo en los discípulos inmediatamente después de que él anunciara sus sufrimientos, rechazo y muerte. Nada más discordante que hablar de acaparar poder en un contexto de negación propia y sacrificio. El verdadero discipulado se basa en la capacidad de comprender el espíritu del cristianismo y la habilidad para aplicarlo responsablemente a todos los aspectos de la vida, principalmente aquellos que ofrecen el mayor riesgo de caer en la tentación de las prácticas abusivas. El cristianismo es vida que surge de la muerte y, así, la negación propia es fundamental.
Es una pena y una derrota cuando quienes se llaman cristianos no ejercen el poder público de manera diferente a los demás. En tal caso, la llamada conversión y la llamada fe, no tienen ningún efecto ni beneficio para nadie. La esperanza de un servidor público diferente se esfuma. No existe ninguna ventaja y ninguna diferencia. Contrario a ello, el cristiano no debería actuar por la conveniencia personal ni por vocación de poder, su misión debe ser profética y de servicio.
Pero para marcar la diferencia en el ejercicio del poder los cristianos deben comenzar ahora mismo con su actuación personal. El poder no cambia a las personas, solo revela lo que de verdad hay en ellas. Quienes en la actualidad no se muestran diferentes, tampoco lo harán al llegar a cargos públicos. Es hoy cuando el cristiano debe presentar a los políticos exigencia, rendición de cuentas, supervisión, veeduría, control, transparencia. No debe el cristiano otorgar un aval espiritual. Eso es algo que el funcionario tendrá que alcanzar por su propia actuación honesta y de servicio.
La bendición espiritual tampoco debe otorgarse por preferencias partidarias o simpatías humanas. Ese es el camino por el que muchos creyentes terminaron santificando abusos, robos, asesinatos, exterminios, lavados de activos y toda clase de injusticias. Es lo más cercano a la simonía. El cristiano debe solo a Dios la adoración, la fe, la centralidad, la confianza y la esperanza. La fe no está sometida al clientelismo sino a los altos ideales de Jesús de Nazareth, quien no vino para ser servido sino para servir. Quienes siguen su ejemplo son los que serán reconocidos como sus verdaderos discípulos.