Hacerse la víctima
Una discusión honesta debe basarse en evidencias que puedan ser demostradas en base a la razón. Lamentablemente, muchas personas se aferran a puntos de vista que no poseen fundamentos y que, en consecuencia, no pueden ser defendidos por su lógica ni por evidencias. Cuando estas personas son confrontadas con la incoherencia de sus argumentos, en lugar de reconocer que sostenían un error, optan por recurrir al uso de falacias. Una de esas falacias argumentativas es la que explota la compasión para evitar una discusión racional.
A esta falacia se la llama «ad misericordiam» o «apelación a la piedad». Esta falacia ocurre cuando alguien intenta ganar un debate no con pruebas o razonamientos sólidos, sino despertando lástima o compasión en el interlocutor. El término «ad misericordiam» proviene del latín y significa apelación a la misericordia o llamado a la piedad. Se ha documentado desde la Antigua Grecia y se menciona en el Organon de Aristóteles. Formalmente fue identificada en la Edad Media dentro de los estudios sobre falacias lógicas.
La falacia opera desviando la discusión hacia una respuesta emocional, en lugar de evaluar un argumento en términos de su validez. Se busca provocar compasión para evitar el análisis crítico. Cuando a una persona se le plantea un argumento al que no puede responder, echa mano de la lástima para desviar la discusión y evitar los cuestionamientos. Lo que se busca es generar una situación emocional que mueva a compasión y que el interlocutor termine aceptando el razonamiento falso sin cuestionarlo.
La falacia «ad misericordiam» es efectiva porque los seres humanos están dotados de empatía, por tanto, se vuelven sensibles cuando quien está pretendiendo engañar adopta la condición de víctima. Pero si la persona a la que se pretende engañar se mantiene firme en el uso de la lógica, no podrá ser manipulada. Veamos un ejemplo: Un estudiante le dice a su profesor: -Profesor, merezco aprobar el examen porque he pasado muchas noches sin dormir estudiando y he tenido problemas familiares-. Un profesor que no se deja manipular puede responder: -Lamento tu situación, pero eso no prueba que respondieras bien el examen-. En efecto, el esfuerzo o las circunstancias personales no prueban el conocimiento del estudiante. Lo que este muchacho está intentando es cambiar la evaluación objetiva por una respuesta emocional.
Veamos un ejemplo común de la política: Un periodista pregunta: -Señor candidato ¿por qué ha desviado fondos públicos?- El candidato usa la falacia: -He dedicado mi vida al servicio del pueblo, he trabajado incansablemente durmiendo muy poco y he sacrificado tiempo con mi familia por esta nación-. El candidato está adoptando la condición de víctima sacrificada. Pero es evidente que el sacrificio personal del político no responde a la acusación, sólo está desviando la atención del problema para generar simpatía.
Al comparecer ante un juez, también puede apelarse a la victimización: El juez pregunta: -¿Por qué robaste dinero de la empresa?- A lo que el acusado responde: -Tengo tres hijos que alimentar y estoy pasando por dificultades económicas-. Las dificultades personales pueden ser comprensibles, pero no justifican el acto de robar. De nuevo, se está desviando la cuestión de la legalidad hacia la compasión.
La falacia «ad misericordiam» explota la empatía humana. La compasión es una respuesta natural en los seres humanos, lo que hace difícil ignorarla en un debate. Evita el conflicto directo en lugar de enfrentar el argumento. La falacia busca generar culpa en el interlocutor, desviando la carga de la prueba. Quien usa esta falacia logra que el otro se sienta mal por cuestionar en lugar de exigir una respuesta lógica.
Si bien es cierto que se espera que un cristiano sea sensible y compasivo, también es cierto que hay una poderosa llamada en los evangelios a discernir la verdad. Es importante que el creyente no permita que las emociones nublen su juicio cuando se trata de asuntos éticos o de justicia. El cristiano debe ser consciente de que hay quienes usan el sufrimiento para manipular. En esos casos, el creyente debe ser firme pero amable. Jesús dio ejemplos de compasión sin comprometer la verdad. Como en el caso de la mujer sorprendida en adulterio. El creyente debe usar estos ejemplos para guiar su propia respuesta.