¡Hasta la morgue!
La pertenencia a una pandilla es vitalicia. Una vez adentro ¡Hasta la morgue! Como suele escucharse entre los miembros de las pandillas. Ingresar es relativamente fácil, pero salir es difícil, muy difícil. No sólo porque dentro del código de las pandillas la única forma de salir es dentro de una caja de pino, sino porque los jóvenes se niegan a tal posibilidad.
Como lo ha escrito el sociólogo guatemalteco Ricardo Falla: «Dejar la pandilla es como perder tu identidad. Es peor que ser asesinado. Es una muerte social». Para el joven disfuncional la vida adquiere un sentido sacrificial, siempre dispuesto a ofrecerla «por el barrio».
Si abandonar la pandilla no es posible, al menos existe la posibilidad de pasar a la condición de inactivo. Y, por hoy, la única razón aceptada por las pandillas para que uno de sus miembros pase a condición de inactivo, sin consecuencias, es por la conversión y práctica sostenida de la fe cristiana.
Puede pensarse que algunos jóvenes verán su adhesión a una Iglesia como la forma racional de escapar al cansancio y al peligro constante que supone su militancia en la pandilla. Lo cual, puede ocurrir con alguna frecuencia.
Pero, eso, no debe ocultar el hecho que muchos experimentan una conversión no planeada, imprevista.
La súbita conversión puede ocurrir al escuchar una predicación, al asistir a una reunión evangelizadora o como resultado de una plática con alguien que les presenta las buenas nuevas.
Los ojos de la pandilla siempre están sobre cada uno de sus miembros, los lugares que frecuentan, las personas con quienes se relacionan y los lugares donde viven. Aquellos que solamente se han acercado a una iglesia con el propósito de evadir su obligación de poner en alto «el nombre» del grupo, pronto serán catalogados como desertores y recibirán su escarmiento.
A ello responden la mayor parte de asesinatos que se producen en los alrededores de las iglesias: es un mensaje de que ningún desertor está a salvo. Ni siquiera en una iglesia.
Por el contrario, aquellos que han experimentado una conversión son respetados y no corren peligro mientras su entrega al evangelio sea genuina. Así, una cantidad considerable de jóvenes han experimentado una auténtica rehabilitación por vía del arrepentimiento.
Pero, sus dificultades ahora son nuevas: el estigma social, los tatuajes, los antecedentes penales que no desaparecen con la conversión y, la mayor, la odisea de encontrar un empleo digno con una baja escolaridad, ninguna experiencia y la sospecha generalizada que les recibe con un polígrafo.
Las iglesias hacen su mejor esfuerzo, pero no pueden hacerlo todo. Se necesita sumar esfuerzos para darle sostén en el tiempo a los logros alcanzados. La transformación de las personas es posible. Pero se necesita quien crea que tal transformación es real y extienda la mano a aquellos que erraron el camino pero han regresado al redil.
Muchas veces se ha dicho que el problema de la violencia es tal que no puede ser resuelto sino con la participación de la sociedad entera. Aquí un ejemplo que abre la ocasión de pasar de las palabras a los hechos.
Lastimosamente, los empleadores no siempre tienen vocación de padres amorosos para recibir a los hijos pródigos. Pero es eso precisamente lo que debe cambiar. También se requiere conversión del otro lado de la ciudad.
Muy interesente, Pastor nos presenta una área a mejorar como sociedad.
Bendiciones.
Es bastante dificil confiar en alguien que tiene un expediente negro, y dejar de pensar que un dia volvera
muy cierto Pastor yo experimente todo lo que dice hace aproximadamente 15 años, los h@s. que son dueños de micro empresas deberian de poner en practica lo que usted dice. bendiciones desde mojave California