La Comisión de la Verdad sudafricana

Después de veintisiete años como prisionero político, Nelson Mandela fue elegido democráticamente como presidente de Sudáfrica. Tenía frente a sí dos caminos que podía tomar: el camino de la venganza o el camino de pasar por alto la injusticia. Mandela sabía que ninguno de los dos podría dar a Sudáfrica las condiciones para pasar de un régimen racista a una democracia estable. Juicios al estilo de los de Nuremberg dividirían mucho más al país; pero la opción de olvidar los abusos cometidos sería una injusticia mayor. Fue entonces que optó por una tercera vía, la de la justicia restaurativa.

Estableció la Comisión para la Verdad y la Reconciliación y nombró al arzobispo anglicano Desmond Tutu como presidente de la misma. Tutu estableció que cualquier persona que hubiera cometido crímenes o abusos bajo el sistema del apartheid y que hiciera una confesión completa y pública delante de la Comisión podría recibir inmediatamente amnistía plena para sus delitos. En cambio los delitos no confesados permanecerían sujetos a un juicio criminal convencional. Bajo esas condiciones, más de siete mil personas acudieron a hacer su confesión pública y a solicitar la amnistía. Casi todas las personas fueron beneficiadas y solamente en casos de extrema inhumanidad la amnistía fue denegada. Muchas de las vistas para las amnistías se realizaron en iglesias, el lugar más apropiado para que la verdad y la reconciliación prevalecieran.

Pero, por su parte, las víctimas también tuvieron la oportunidad de relatar sus historias con las que contaron al país y al mundo lo que habían sufrido en nombre del apartheid. Los relatos eran transmitidos por televisión y radio e impresos en los periódicos. Más de veinte mil víctimas pasaron al frente para relatar su historia. De esa manera, se abrió la oportunidad para dar a conocer la verdad que por tantas décadas se había negado. Le pusieron nombre y vergüenza al pecado y la verdad triunfó.

Al final del proceso, la Comisión para la Verdad no se había enfocado solamente en la retribución pero tampoco había negado la justicia ni olvidado a las víctimas. El camino de la verdad condujo a la reconciliación y este al perdón. De esa manera, se logró la rehabilitación de las víctimas y de los victimarios. Mandela mismo tomó la iniciativa en el camino a la reconciliación al invitar a su carcelero de raza blanca a ser su huésped de honor en su toma de posesión de la presidencia. En ese solo acto demostró que se podía caminar más allá de los recuerdos dolorosos del pasado pero sin sacrificar la verdad.

La clave de todo fue el reconocimiento de la verdad. Ésta fue la base fundamental para las reparaciones morales y el camino para la reinserción de los victimarios. La amnistía se otorgó a quienes confesaron la verdad de sus crímenes, no se otorgó para que la verdad quedara sepultada. No se debe temer a la verdad. La verdad nunca puede quedar oculta. Las personas la conocen. El acto de reconocerla y aceptarla como tal es lo que produce la reconciliación. Por el contrario, los esfuerzos por acallarla y olvidarla solo produce mayor dolor y eleva los ánimos vengativos de las personas. Los victimarios se perpetúan como tales y las víctimas preservan sus heridas muy abiertas. Su negación es siempre el camino hacia la polarización social.

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