La confianza del sincero
«Huye el malo sin que nadie lo persiga”, declara un proverbio bíblico que se ha hecho muy familiar. Su popularidad obedece al hecho reconocido de que las personas que hacen el mal son perseguidas por sus propios fantasmas. Así, quien acostumbra a mentir, vive una zozobra de espíritu interminable ante la inminencia del destape de su engaño.
El impostor pronto se verá en la necesidad de inventar nuevas falsedades para cubrir las anteriores y, así sucesivamente, hasta crear un entramado artificioso muy difícil de sostener. Como se ha dicho antes, quien miente debe tener muy buena memoria. Pero por prodigiosa que sea una memoria, el edificio de la mentira terminará por caer. Las falsedades no son para siempre.
Si bien el proverbio mencionado es muy conocido, en realidad solo es su primera mitad la que es popular. La segunda parte agrega: “Mas el justo está confiado como un león” (Proverbios 28:1). Quienes son amigos de la verdad y lo correcto, no tienen nada que temer.
Son personas que conocen los principios universales y su infalibilidad. Saben que la verdad gana, que la luz vence a las tinieblas, que el bien triunfa sobre el mal. La certeza de esas sentencias les hace sentirse confiados. Como un león, a quien nadie se atreve a perturbar y está seguro de su fuerza.
En una de sus visitas al templo, Jesús se reencontró con los líderes religiosos quienes no creían que él fuera el Mesías. “Entonces lo rodearon los judíos y le preguntaron: -¿Hasta cuándo vas a tenernos en suspenso? Si tú eres el Cristo, dínoslo con franqueza” (Juan 10:24).
No era falta de franqueza la de Jesús, el problema era la incredulidad de ellos. En su afán por negar las evidencias de que Jesús era el enviado del Padre, confesaban estar en vilo de manera tormentosa. Estaban en suspenso ansioso porque no sabían en qué momento Jesús volvería a mostrar una nueva señal de su mesianismo.
Estaban en suspenso porque su negación de la realidad podía derrumbarse en cualquier momento. Cada amanecer para ellos estaba cargado de incertidumbre, preguntándose cuál de sus mentiras sería descubierta. Jesús los tenía en vilo por temor a la siguiente evidencia que habría de desnudar una o varias de sus afirmaciones mentirosas.
La vida del mentiroso es penosa y sufrida. Se vuelve más descarado en la medida que necesita ocultar el engaño anterior. De repente afirma lo contrario y niega que se haya producido un cambio. El estrés permanente lo lleva a negar los cada vez más contundentes hechos con mentiras más extravagantes, hasta tocar el nivel del disparate. En la intimidad de los dirigentes judíos crecía la agresividad y arreciaban los ataques. Después pasaron a las amenazas y, al final, a las confabulaciones para matar. Su suspenso por el presentimiento de lo que pudiera salir a la luz era agotador y les hundía en la tarea imposible de desvirtuar a la razón. Estaban esclavizados por su incorregible soberbia.
Por su parte, Jesús mostraba una tranquilidad profunda que se basaba en el poder de la verdad. El tiempo estaba de su lado y cada día le iba dando la razón. La verdad se consolida con el tiempo y los honestos son reafirmados. Todo eso sin sobresaltos ni preocupaciones, porque la verdad, por sí sola, concede seguridad. No requiere ser construida, está allí para quien quiera verla. Solo se debe señalar con el dedo. Esa convicción genera tranquilidad emotiva y una confianza semejante a la del león. El problema es para quienes intentan negar la realidad.
La verdad objetiva es dura e intentar anularla es una perturbación permanente que desvela.
Jesús les respondió: “-Ya se lo he dicho a ustedes, y no lo creen. Las obras que hago en nombre de mi Padre son las que me acreditan”. Su suspenso ansioso no era por falta de claridad, era porque no querían aceptar los hechos. Jesús había mostrado muchas señales con sus palabras, conductas y posturas. Suficientes para ser acreditado como el Mesías esperado. Pero eran ellos quienes estaban inquietos, precisamente por esas mismas señales y acreditaciones. En verdad, “huye el malo sin que nadie lo persiga, pero el justo está confiado como un león”.
Amén