La construcción social de la paz
Si Suiza es uno de los países con mayor cantidad de armas de fuego ¿por qué razón no ha tenido ningún tiroteo masivo en los últimos veinte años? Suiza es uno de los pocos países europeos en donde el servicio militar es obligatorio y donde miles de sus ciudadanos son enviados a prisión por negarse a servir en el ejército. Cuando un ciudadano causa baja puede llevarse su arma de equipo a casa. Aunque esta tradición tiende a perderse, se sabe que un 25% de la población posee armas de guerra en su vivienda. Con todo, la tasa de asesinatos es casi nula. ¿Cómo puede explicarse este fenómeno?
La violencia es el resultado de una combinación de factores de riesgo y vectores que multiplican la experiencia de humillación abrumadora que resulta en una epidemia de violencia. Si bien las armas son un factor de riesgo, no pueden por sí solas ser detonantes de la criminalidad. Ni que decir que los suizos siempre obtienen altas calificaciones en las evaluaciones de los factores de la felicidad como cuidado, democracia, libertad, honestidad, salud, ingresos y buen gobierno. No hay un caldo de cultivo en el que la violencia pueda eclosionar. Esta es una demostración de la afirmación que por años se ha hecho con respecto a que la violencia social es el resultado de cómo la sociedad está estructurada.
La solución a los problemas de seguridad es una responsabilidad de la sociedad entera. Por supuesto que el Estado es el primer y gran responsable de proteger a los ciudadanos de delitos violentos, amenazas y robos, al mismo tiempo que debe garantizar la libre movilidad y ampliar las oportunidades para que las personas puedan alcanzar sus metas. Pero, por su parte, la sociedad debe aportar la parte de responsabilidad que le corresponde. Ese aporte es más significativo en la medida que los sectores se organizan. Las personas se organizan de manera natural en respuesta a sus intereses. Por ejemplo, los jóvenes en sus escuelas o universidades, los obreros en sus fábricas, los vecinos en sus comunidades, los creyentes en sus iglesias. Cada uno, desde su nicho natural, puede unir fuerzas para contribuir a identificar y mitigar los factores de riesgo en cada vecindario.
La inseguridad no es solo un problema de policías y ladrones, sino de la amalgama social, económica, educativa, laboral y comunal que facilita que los vectores violentos encuentren siempre adherentes. Mientras esas condiciones no sean cambiadas no hay policía, ejército ni prisiones que sean suficientes para erradicar la violencia. De allí que resulta esencial la apertura de espacios amplios, plurales y transparentes que estimulen la participación social. El Estado debe asumir el liderazgo de los procesos y la iniciativa en la convocatoria de las expresiones sociales para su participación.
Eso puede incluir a las mismas estructuras asociales que han demostrado tener una alta organización, disciplina y liderazgo que las convierte en interlocutoras válidas. Su inclusión vale la pena siempre y cuando sea tendiente a acordar los términos de su desarticulación e inserción social. No para una utilización oportunista que nos sienta a todos sobre una bomba de tiempo y que posterga la atención que se debe a las grandes desigualdades crónicas. Es ilusorio pensar que se puede resolver el problema de la violencia sin atender la marginación creciente de las mayorías. En el momento actual es indispensable dar un paso valiente y honesto para incorporar los elementos que faltan en la gran tarea de la construcción de la paz social. Esta es una deuda pendiente que, al mismo tiempo, resolverá otros problemas y necesidades. Supone una visión de país y de futuro para una inversión social estratégica y planificada que no se enfoque en la siguiente elección sino en el desarrollo y la real mitigación de las condiciones que nutren la violencia. Solo entonces podrá haber verdaderas esperanzas de solución.
Muchas gracias por compartir siempre su reflexión sobre nuestra realidad.