La iglesia y la mujer maltratada
Existen diversas maneras en que la Iglesia puede ayudar a resolver el problema del desprecio y maltrato en contra de la mujer. Probablemente la más efectiva sea la que tiene que ver con la prevención, es decir, la enseñanza de relaciones interpersonales de respeto. La Iglesia posee una posición privilegiada que debe aprovechar para informar sobre la realidad de las diversas formas de violencia contra la mujer en la sociedad y proveer modelos alternativos para valorar la vida y las personas. Las creencias son de vital importancia ya que ellas, sean más o menos conscientes, constituyen el paradigma de vida que da sustento a las prácticas cotidianas. Al incluir el tema del maltrato en sermones y programas de teología pueden modificarse tanto el grado de verticalidad de la estructura familiar como la rigidez de su jerarquía. También se pueden cambiar las creencias en torno al castigo y los conceptos de obediencia y respeto. La iglesia es llamada no para ser una comunidad que da continuidad cultural al esquema de relación violenta sino una comunidad contracultural de cambio social.
Además de trabajar en prevención la Iglesia debe también ejercer una acción de denuncia y un compromiso profundo con la justicia. El aislamiento, el silencio y la impotencia son los principales impedimentos para que una mujer pueda escapar del ciclo violento. El vivir en una sociedad violenta puede llevar a creer que no se puede hacer nada sino solo callar, protegerse, encerrase y soportar pasivamente. Pero, Dios espera que su iglesia asuma la tarea de ponerle voz, palabras y acciones a la realidad que se vive y padece. Su rol liberador lo ejerce a través de la denuncia de aquello que es contrario a los propósitos de Dios. La Iglesia debe ser un lugar seguro donde las víctimas de la violencia puedan dirigirse en búsqueda de seguridad, apoyo y curación. Si no asume ese compromiso de poco servirá que se posea un reconocimiento del problema: sin aportar la debida salida y sin opciones saludables para las víctimas solo generará angustia, desesperanza y ausencia de sentido. Por ello, la Iglesia debería desarrollar una labor de información y de contacto con las instituciones encargadas de brindar protección legal a las víctimas.
La Iglesia es uno de los sitios a los que en su desesperación se dirigen las víctimas de maltrato familiar para pedir ayuda y consuelo, razón por la que los pastores deberían poseer una capacitación básica y realista de lo que significa un cuadro de violencia familiar para poder orientar eficazmente a quienes pueden estar en peligro de muerte, sobre todo porque las víctimas tardan bastante en relatar a alguien lo que sucede en sus hogares.
Las iglesias deben construir redes de apoyo que ofrezcan asistencia profesional, visitas domiciliarias, recursos básicos, un sentimiento de apoyo y pertenencia a quienes están solos y aislados. Como comunidad redentora la Iglesia no solo debería ofrecer posibilidades de curación a las víctimas sino también a los autores de violencia, que con frecuencia son igualmente víctimas. El compromiso cristiano con la denuncia del abuso de poder sobre los más vulnerables en el hogar se basa en el conocimiento de un Dios comprometido en el mismo sentido. De esa manera, el acompañamiento en la búsqueda de la justicia producirá un doble movimiento hacia Dios y hacia el contexto.