La no violencia de Jesús
Séforis era la ciudad más importante de la baja Galilea, a solo cinco kilómetros de Nazareth, donde Jesús viviría la mayor parte de su vida. A la muerte de Herodes el Grande, un hombre llamado Judá organizó una insurrección. El gobernador romano Varus reaccionó rápidamente derrotando la revuelta, saqueando y reduciendo la ciudad a cenizas, vendiendo a sus habitantes como esclavos y, para dar un escarmiento a futuros instigadores, crucificó a dos mil rebeldes a lo largo del camino. El impacto de los cuerpos humanos colgando de las cruces a lo largo de kilómetros debió haber sido un recuerdo impresionante para los pobladores. Para esa época Jesús era solo un niño pero es casi imposible que no se haya enterado de lo ocurrido por los relatos de los vecinos. Sobre todo, porque muchos eruditos consideran altamente probable que Jesús y su padre adoptivo trabajaran en la reconstrucción de la ciudad en los años siguientes.
Es difícil saber la manera cómo el relato de esas atrocidades sirvieron a Jesús en la elaboración de sus ideas. A los relatos se sumaba la opresión y la pobreza en que vivían las mayorías mientras pocos, muy pocos, vivían en la opulencia y la extravagancia. Entre ellos, los que ejercían funciones de liderazgo religioso. De acuerdo con los evangelios, no queda duda que Jesús no simpatizó en lo mínimo con las autoridades religiosas ni con los gobernantes de la época. Su preferencia fueron los marginados, los pobres y los despreciados. Tampoco hay evidencias que indiquen que Jesús mostrara algún tipo de simpatía o adhesión hacia los movimientos políticos que luchaban contra el status quo. El imperio romano era una formidable maquinaria de guerra y vencerlo militarmente suponía inmenso dolor y muerte. La grandeza de Jesús se mostró en que propuso un camino nuevo y revolucionario: la no violencia.
¿Cómo funciona en la práctica? Los soldados romanos podían forzar a sus súbditos a cargarles sus pertrechos por una milla. Ese era uno de los abusos más notorios y que más enardecían a los pueblos conquistados. A ello Jesús opuso la siguiente acción: «Si alguien te obliga a llevarle la carga una milla, llévasela dos». Uno puede imaginar la reacción del soldado cuando esperando recibir rechazo y agresividad de la persona, recibía la disposición voluntaria de llevarle la carga por una milla más. Aparte de ser una reacción totalmente inesperada tenía la virtud de hacer resaltar el abuso de autoridad del soldado. La injusticia se hacía evidente y eso inducía al soldado a reflexionar sobre el sentido de su prepotencia. La toma de conciencia podía moverle a renunciar al uso de la fuerza y a verse a sí mismo en la otra persona. Así se producía la conversión.
¿Demasiado idealismo? No, si vemos las actuaciones no violentas de Gandhi que condujeron a la India a su independencia del Imperio Británico. No, si vemos las acciones no violentas de Luther King que abrieron los espacios para los derechos civiles de los afroamericanos en los Estados Unidos. No, si vemos la caída de la dictadura de Martínez por una acción no violenta en El Salvador. Buenas lecciones y buenas prácticas para nuestros tiempos cuando la violencia se propone como salida a nuestra nueva crisis social. Un camino diferente que se debe explorar y practicar principalmente por aquellos que profesan creer en Jesús.