La repunta
Un trueno lejano venía arrastrando la noche por la barranca. Era como el rugido de una montaña herida de muerte. Desde una altura, un indio de manta agitaba los brazos, gritando desesperado: ¡Istúpida, babosa, la repunta, ái viene la repunta! ¡Corra, istúpida, corra!
«La niña, sin oír, seguía llenando tranquila la tinaja.»
«En el momento en que la repunta voltió en el recodo del ría, espumosa y furibunda, arrasando a su paso los troncos y las piedras, la altísima muralla que estaba a espaldas de la niña, en la margen opuesta, altísima y solemne como un ángel de barro, abrió sus alas y se arrojó al paso.
«Su derrumbe, acallando todos los ecos borrachos, había sonado a un NO profundo y rotundo. La repunta se detuvo. Y no fue sino cuando la Santíos había entra ya en el patio de su rancho, pintando en el barro la flor de su patita, que el río abrió de un puñetazo su paso hacia la noche.»
De esta cautivadora manera Salarrué nos prendía la imaginación y nos sobrecogía, cuando niños, con la descripción de ese fenómeno ajeno a los capitalinos, que en un provincialismo se denomina «la repunta» y que el escritor tomó título de su cuento.
Los niños de la ciudad no sabíamos nada de repuntas y curiosos preguntábamos a nuestros padres sobre ese fenómeno misterioso que si en verdad podía ocurrir. Nuestros padres nos respondían que las repuntas existían y que, de verdad, sorprendían a las personas descuidadas que río abajo no advertían la tormenta que más arriba se había descargado.
Claro, cuando Salarrué publicó su cuento «La repunta» era el año 1933 y El Salvador de entonces, ese que el escritor prefirió llamar «el alma de Cuscatlán», era muy diferente al actual. Era la época cuando San Salvador estaba rodeado de fincas y cumbres arboladas, Unos pocos barrios formaban el casco urbano.
Pero la transformación del alma de Cuscatlán ha corrido de manera vigorosa, Fue apenas en 1974 cuando se identificaban como zonas de reserva, principalmente por ser los últimos agrobosques cafetaleros, la finca El Espino, la finca Santa Elena, la Cordillera del Bálsamo y el área que ahora es Ciudad Merliot.
Estas zonas de reserva eran vitales porque, por su cobertura vegetal, cumplían funciones de recarga acuífera; además de contribuir a la purificación del aire de la ciudad, eran hábitat para la vida silvestre, protegían contra la erosión del suelo y regulaban las escorrentías de aguas superficiales.
De los bosques cafetaleros de Santa Elena y de Ciudad Merliot ya no queda nada; la Cordillera del Bálsamo agoniza frente a la pala del constructor y la finca El Espino es descuajada mortalmente.
Pero, podría argumentarse que repuntas ya existían en 1933, cuando Salarrué escribió su cuento; que además las repuntas se daban en el campo, donde la vegetación era más abundante. Cierto, pero no descuidemos los detalles del narrador Saga: «Venía lloviendo tieso por los potreros. El cerro pelón, parado en medio de los llanos, gosdo y cobarde, no halló dónde meterse y se quedó.»
Fue el cerro pelón quien produjo la repunta que por poco arrastra a la Santíos. Hoy el cerro pelón se encuentra un poco más arriba de la Colonia Málaga y las repuntas sentaron su residencia en la ciudad y en ella no hay murallas benevolentes que salven la inocencia ni quien asuma responsabilidades.