La venganza destructiva
Durante la época conocida como de los Jueces (siglo XI a.C.), un hombre fue y tuvo relaciones con una prostituta. La mujer concibió y el hombre reconoció como hijo al niño que nació. Le puso el nombre de Jefté y lo llevó a vivir a su casa. Después, su esposa también concibió y nacieron otros hijos. Los niños se criaron como los hermanos que eran hasta que llegaron a la edad en que los intereses propios se anteponen. Los hijos del matrimonio se pusieron de acuerdo para echar de casa a Jefté y así no tener que compartir la herencia con él. Jefté decidió huir de casa muy herido por el desprecio de sus hermanos y por el estigma de ser hijo de una prostituta. Se llenó de resentimientos amargos y nunca les perdonó que lo hubieran expulsado.
Sin hogar, sin familia y sin patrimonio se fue a una región solitaria donde se concentró en sus deseos de venganza. Por bastante tiempo mantuvo frescas las heridas que de otra manera habrían sanado. Lleno de resentimientos se unió a otros hombres sin oficio fijo con quienes creó una banda armada muy efectiva. Jefté pronto destacó por sus habilidades militares y asumió el liderazgo del grupo. Tiempo después, la región se vio en serias dificultades debido a que los amonitas invadieron la tierra. En esa etapa no contaban con un ejército profesional y no hubo manera en que pudieran resistir a la invasión. Fue entonces cuando los dirigentes del pueblo fueron a buscar la ayuda de Jefté y sus mercenarios. Jefté, lleno de resentimientos que le robaban la luz del día, vio en la solicitud de los jefes una primera oportunidad para vengarse. Viéndose en una posición ventajosa les echó en cara el que antes le hubieran expulsado de su hogar.
Tratando de suavizar la situación los jefes del pueblo le ofrecieron nombrarlo su caudillo si accedía a ayudarlos. El gesto era una medida sabia de restitución para reinsertar a Jefté en la sociedad que antes no le había mostrado consideración. Pero él solo vio la oportunidad como un medio para ejecutar su venganza contra sus hermanos. No se daba cuenta de que pasar mucho tiempo con la esperanza de hacer pagar lo que le hicieron solo abría la puerta para ser herido por segunda vez. Jefté organizó la batalla y sabiendo que saldría vencedor hizo una promesa a Dios: que la primera persona de su familia que saliera a recibirlo en su regreso victorioso lo ofrecería en holocausto. Su idea era que sus hermanos, queriendo congraciarse con él, serían los primeros en salir a recibirle y, de esa manera, podría terminar con ellos bajo la excusa del voto hecho.
Al volver victorioso de la batalla con gran expectativa oteaba el horizonte para ver a sus hermanos salir a recibirle. Era día de celebración, tiempo para pensamientos de clemencia y compasión. Pero Jefté prefirió sucumbir a sus deseos de violencia y revancha. La venganza que había acariciado por tanto tiempo terminó en el mayor dolor al ver que quien salía a recibirle era su hija única. La venganza siempre termina por dañar más a quien la ejecuta. Vengarse es cobrar las faltas de los demás en un mismo. Hasta la alegría de la batalla ganada se perdió en un momento. No se puede tener justicia y revancha al mismo tiempo, solo la venganza y la tragedia suceden al mismo tiempo.