Las iglesias transmigrantes
La primera vez que escuché el término de “iglesias transmigrantes” fue en 2011, en boca del doctor Robert Danielson de Asbury Theological Seminary. Él establece que de la misma manera que las personas migran de un país a otro, paralelamente, también lo hacen las iglesias.
Durante la guerra se produjo la gran oleada migratoria de salvadoreños que, posteriormente, continuó por motivos económicos. Hoy, de nuevo las personas huyen de la violencia, esta vez la de las pandillas. Entre los millones de salvadoreños que han partido hacia el extranjero iban también muchos creyentes evangélicos. Estos al llegar a sus ciudades de destino comenzaron a reunirse en las casas para realizar reuniones de reflexión sobre la Biblia. Eso fue atrayendo paulatinamente a otras personas. Las reuniones en las casas se fueron multiplicando hasta llegar a formar una pequeña red bajo el liderazgo de alguna persona, normalmente, quien les instruía en la palabra.
Al tener cierta cantidad de reuniones, se animaron a alquilar sus primeros edificios para las reuniones dominicales. Normalmente eran edificios de otras iglesias quienes les rentaban por horas sus instalaciones. Así, se fueron formando iglesias que inicialmente congregaban a salvadoreños. Pero, éstos comenzaron a invitar a sus nuevos amigos latinoamericanos y las iglesias comenzaron a recibir miembros de diversas nacionalidades. Las iglesias se fortalecieron y, muchas veces, llegaron a adquirir sus propios edificios. Fortalecieron sus lazos con las iglesias madres en El Salvador y así, las denominaciones extendieron sus alcances a nuevos países de Norteamérica, Australia, Europa y algunos países suramericanos. Toda esa expansión se produjo de manera no premeditada y, muchas veces, sin responder a un plan misionero intencional sino a la fuerza de las circunstancias que llevaron a tanto compatriota a salir del país. De la misma manera, la inversión en el establecimiento de iglesias filiales en el extranjero fue muy pequeña o ninguna. El proceso mismo de no intencionalidad hizo que las cosas se dieran gradualmente y sin esperar algún tipo de apoyo económico. Caminaron al paso de sus propias posibilidades. Algunas de esas iglesias han aceptado el importante desafío de ir más allá de la comunidad salvadoreña e hispanohablante. Han comenzado a enfocar sus esfuerzos en las personas extranjeras en una dirección, ahora sí premeditada, de carácter misionero en países donde el cristianismo va a la baja.
Las iglesias no hubiesen migrado junto a los salvadoreños de no ser por factores importantes. Por ejemplo, la formación que se hizo de esos creyentes que desarrollaron habilidades para la enseñanza, la organización y el liderazgo. El espacio que encontraron en El Salvador para desarrollar sus capacidades hicieron de ellos personas proactivas que no se conformaron con un papel pasivo en sus nuevas ciudades sino que buscaron convertirse en protagonistas de su propia espiritualidad. El porcentaje de creyentes evangélicos entre las comunidades de migrantes es similar al que se tiene en El Salvador: un estimado del 40 %. Tal realidad ha llevado renovación a las iglesias del primer mundo y está marcando nuevas formas de vivir la fe en medio de sociedades predominantemente seculares y agnósticas.