Más allá de la Ley del Talión
Los orígenes de la llamada Ley del Talión se pierden en la bruma de la misma responde a la naturaleza agresiva y vengativa del ser humano. No sería exagerado afirmar que la misma nació junto a las primeras civilizaciones.
El registro más antiguo se encuentra en el código de Urnammu que data del Siglo XXII a.C. También aparece en códigos hititas y asirios. Se le encuentra además en el famoso código de Hammurabi del Siglo XVIII a.C. Algunos expertos creen que la Ley del Talión se originó al occidente del Medio Oriente y fue llevada a Mesopotamia por los pueblos semitas.
De lo que no existe ninguna duda es que su popularidad en el mundo occidental responde al registro bíblico que la incorpora a la ley de Moisés en los siguientes términos: «Vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, golpe por golpe, herida por herida». Ex. 21:23-24.
Al observar la ubicación de dicha ley en el texto bíblico no es difícil comprender que se encuentra en un contexto legal que procura la justicia y la equidad. La Ley del Talión establecía la justicia en dos sentidos: por su sencillez aseguraba una aplicación igualitaria tanto a ricos como a pobres y aseguraba el principio de proporcionalidad impidiendo una venganza excesiva. El hecho que en los relatos bíblicos no aparezcan ejemplos de mutilaciones hace pensar que el propósito de la ley era disuasivo más que retributivo. El estadio de desarrollo de la moral colectiva era tal que el concepto de justicia no daba para más.
Todo ello vino a cambiar con las desafiadoras palabras de Jesús: «Ustedes han oído que se dijo: «Ojo por ojo y diente por diente’. Pero yo les digo: No resistan al que les haga mal. Si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, vuélvele también la otra». Mt. 5:38-39.
La propuesta de Jesús no solamente deja sin efecto la Ley del Talión sino que además le imprime un salto moral a la humanidad con su enseñanza de la no resistencia al mal. Su contenido no tiene nada que ver con cobardía ni con la pérdida de la dignidad. Al contrario, solamente se puede vivir la integralidad del cristianismo con aquella valentía que supera a la bestialidad y una dignidad que no re quiere de la violencia.
En el caso de ser abofeteado, el evangelio postula el triunfo sobre el adversario no haciendo sufrir al atacante sino reservándose para uno mismo el sufrimiento. Esto podría animar al adversario a dar una nueva bofetada. Por supuesto. Pero la respuesta del cristiano será de nuevo poner la otra mejía. Esto podría repetirse muchas veces más. Pero por cada vez que se repita quedará mucho más demostrada que la violencia del agresor es injusta e innecesaria. Así, terminará moralmente derrotado.
La verdad es todopoderosa, por eso, el no resistente no necesita más que estar seguro de la justicia de su causa para nunca ser vencido. Derrotará el mal con el bien, la violencia con la paz. Al final, siempre terminará siendo más fuerte, valiente y digno. El triunfo del cristiano será doble: vencerá en el conflicto pero además persuadió a su contrincante de la inutilidad de su violencia.
Por el contrario, responder a la violencia con violencia llevará a la locura de la guerra. La no resistencia al mal es solamente uno de los elementos de la propuesta de Jesús pero del resto trataremos en próximas ocasiones.