Mediciones de fuerzas
En mayo de 1979 la articulación y el poder de las organizaciones populares crecieron al punto de lograr la liberación de algunos de sus dirigentes capturados doblándole el brazo al gobierno militar, a eso se sumó, dos meses después, el triunfo de la Revolución Sandinista en Nicaragua que colocó en el área un modelo de derrocamiento y triunfo sobre los sectores conservadores. Animados por ese ejemplo las organizaciones político-militares lanzaron la ofensiva de 1981 cuyo desenlace mostró que derrotar al adversario no sería tan fácil y que la guerra tendría que prolongarse por varios años, como efectivamente ocurrió.
Durante la guerra los antagonismos se ventilaron en los campos de batalla desarrollando capacidades bélicas crecientes en ambos bandos. Después de años se llegó a pensar que el movimiento insurgente estaba debilitado y que su derrota estaba cerca. Pero, la ofensiva de noviembre de 1989 demostró lo lejos de la realidad que se
encontraba tal apreciación. Las fuerzas se encontraban en situación de empate y la comprensión de ese hecho condujo a los acuerdos de paz. Con ellos, la batalla pasó de las armas a las urnas.
Desde entonces, las jornadas electorales presidenciales y legislativas se han ido alternando favoreciendo a uno u otro sector social. La idea que una de las fuerzas se debilitaría y terminaría por desaparecer para dar paso a nuevas expresiones políticas ha sido desvirtuada en varias ocasiones. Las recientes elecciones presidenciales prueban, con gran dramatismo, el equilibrio casi perfecto que existe entre dos maneras de los salvadoreños de ver la realidad y vivirla. Los grandes picos históricos en las mediciones de las fuerzas mantienen constante el hecho que la población se encuentra distribuida en partes casi iguales y que no se ve en el horizonte nada que indique que eso vaya a cambiar.
A pesar del retrato que la reciente elección dibujó, todavía no existen las condiciones para que las dos partidos mayoritarios se vean motivados a alcanzar acuerdos políticos de largo plazo. El virtual empate, lejos de acercar a los dos grandes sectores, provoca una exacerbación de las diferencias. Cada uno continuará persiguiendo sus propios intereses y arrastrando a la población a sus respectivos agrupamientos.
La elaboración de una ruta de nación es deseable, pero sigue siendo una utopía en las actuales circunstancias. El problema es que esas circunstancias, con sus matices históricos, no han cambiado en los últimos 35 años y bien podrían pasar otros tantos sin que varíen lo suficiente. Así las cosas, por humanidad cristiana, debería buscarse un acuerdo mínimo al menos en el tema que más preocupa a la población: la seguridad. Dado que en la campaña electoral para la segunda vuelta las propuestas en este campo llegaron a ser bastante parecidas, no se ve tan difícil que se pueda llegar a un acuerdo en torno a este tema único. Es claro que los dos grandes partidos políticos no son los únicos que deberían interesarse en este problema, pero al hacerlo pueden mover a los sectores sociales que ellos representan o que les siguen.
Un buen punto de arranque puede ser el hecho que ambas fuerzas han dejado de lado el énfasis puramente punitivo para enfocarse en un manejo más integral del problema. Se trata entonces de sortear el corto espacio que hay entre el discurso y los hechos.