Mitos sobre la violencia
El problema de la violencia es el resultado de la confluencia de múltiples variables que deben ser reconocidas para desarrollar un auténtico diagnóstico del problema y, consecuentemente, una auténtica solución. Lastimosamente, eso es lo que no se hace en nuestro país, pues el problema se ha abordado desde la política electoral y no desde las ciencias sociales. Al utilizar el problema de la violencia en perspectiva electoral se desarrollan mitos que dificultan la objetividad en el acercamiento al problema. Por ejemplo, pensar que la cantidad de homicidios es el mejor parámetro para medir las violencias es un desacierto mayúsculo que desvía la atención de las causas para enfocarse en las consecuencias. En ese ir y venir de las manipulaciones electorales, los medios de comunicación pueden entrar en el juego amplificando los temores y legitimando simplificaciones. Cuando las simplificaciones penetran en la mentalidad colectiva se convierten en mitos que distorsionan por completo la comprensión del problema.
El principal mito que se ha creado baja esa dinámica es el de pensar que el tema de la violencia se resuelve con el uso de la fuerza. En ese afán, que es ya desesperado, se deja de combatir a la violencia para combatir a las personas. Con ello se produce una distorsión de la etiología de la violencia, que es equivalente a mutilar un miembro y no al cáncer. Las personas que creen que la violencia es la manera de resolver los conflictos lo hacen, porque es el modelo que aprendieron en sus hogares. Es decir, opera en ellos la misma lógica de los miembros de pandillas: están reproduciendo en el mundo exterior los modelos interiores de sus hogares paternos. El considerar la violencia como la única salida al problema de seguridad puede llevar a razonamientos absurdos como el de calificar al fiscal general como protector de las pandillas por enjuiciar a policías acusados de ejecuciones ilegales.
A pesar de todo ello, existen en el ambiente elementos esperanzadores que ameritan un poco más de reflexión. Uno de ellos es la aprobación de fondos para el Plan para la Prosperidad para el Triángulo Norte, el cual, es un reconocimiento de las causas estructurales subyacentes a la migración y que, desembocan en problemas de seguridad. En ese caso no solamente se reconocen las causas sino también se reconoce que las mismas son comunes a los tres países del Triángulo de la Muerte, debido a que sus complicaciones estructurales son comunes. Esa es una visión más globalizadora de un problema que de por sí no es simple. Cuando el tema de seguridad se aborda desde una óptica electoral se definen prioridades cuestionables y se hacen inversiones insuficientes en aquellos elementos que es necesario atender para mitigar el problema pero que no reditúan mucho apoyo electoral. Dado que nos aproximamos a nuevos eventos electorales, se ve ya en el ambiente intentos por continuar utilizando el dolor de los salvadoreños para ofrecer soluciones populistas que nada tienen que ver con las auténticas causas de las violencias y mucho menos con sus soluciones. Como población, debemos mantener la mente abierta y pensar en el punto adonde nos ha llevado una serie de medidas desatinadas y el alto costo humano que eso ha representado para miles de familias. Es tiempo de poner un alto a tanto juego con la vida y el dolor humano para ponernos serios en el mayor problema del país.