Nuevos caminos hacia la paz
Durante los pasados cuatro milenios, desde las primeras legislaciones dadas por el rey Hammurabi, Dracón, Solón, Platón y Aristóteles, la humanidad ha estado envuelta en un gran experimento social tratando de probar la hipótesis que se puede prevenir la violencia, o al menos mitigarla, calificándola de perversa y criminal; ordenando a las personas no envolverse en ella y, cuando lo hacen, vengándose de ellos con violencia a la cual se le llama castigo o justicia. Parece que cuatro mil años es un tiempo razonable como para que saquemos conclusiones. Los resultados del experimento han demostrado que el abordaje criminalístico de la violencia, en lugar de resolverla, la hace escalar en frecuencia e intensidad.
La razón del fracaso reside en el hecho que se fundamenta en un error. Sus únicas preocupaciones son determinar que tan malvado es un acto particular de violencia y qué intensidad de pena merece. Las respuestas a esas preocupaciones dependen de elementos bastantes subjetivos como el entorno, la susceptibilidad de las personas, los precedentes, la cultura y las presiones sociales. Pero aún en el caso que esos elementos se pudiesen precisar con objetividad, lo cual no ocurre, todavía queda sin responderse el asunto fundamental: ¿qué provoca la violencia? Y de allí el asunto vital: ¿cómo se previene? Estas no son preguntas morales sino empíricas.
Ante un tan masivo fracaso, personas reflexivas ensayan nuevos caminos que puedan brindar alguna esperanza. En lugar de la justicia retributiva se habla de justicia restaurativa. Se experimenta con nuevos conceptos como el de la jurisprudencia terapéutica y los esquemas de sentencias alternativas. Las entidades internacionales buscan fórmulas para la negociación y la reparación de los traumas provocados por la violencia, que pretenden evitar que ella vuelva a surgir. Se instalan comisiones de verdad y reconciliación, se ensayan políticas de amnistías selectivas, se montan misiones para la conservación de la paz. Si la humanidad se está moviendo en una dirección diferente ¿no es tiempo que, después de todos nuestros siglos de violencia, comencemos a probar caminos que no sean los fracasados? A pesar que hoy se habla con mayor insistencia de prevención de la violencia, existe el peligro que nos olvidemos de la verdadera dimensión del concepto. La prevención de la violencia más que una fórmula o técnica trata de cómo los seres humanos pueden aprender a vivir los unos con los otros e incluso deseen vivir con los otros. Pero esa es una cuestión que no puede ser lograda sino con una reingeniería radical de los principios sobre los que nuestra sociedad se encuentra basada.
No puede hablarse de prevención de la violencia si se trata solamente de esfuerzos muy focalizados, de corto plazo y sin base suficiente como para producir un impacto sostenido, por muy sinceros que esos esfuerzos sean y aun con el relativo éxito que puedan alcanzar. Si se piensa que un esfuerzo lo suficientemente amplio y radical es un lujo que no podemos darnos, o que los votantes, que no están siendo educados, no apoyarán y que por tanto no se tendrán resultados; el argumento se convierte en una profecía autocumplida. En tanto, se continuará infligiendo tanto dolor como sea posible sobre los chivos expiatorios para excusar el fracaso de crear una verdadera familia salvadoreña, es decir, un sistema social y económico viable.