Oler a oveja
La expresión «oler a oveja» es una metáfora que se usa en contextos cristianos para describir a un líder que es muy cercano a su comunidad. Los pastores que tienen el olor de las ovejas son los que están involucrados en la vida, dificultades y alegrías de las personas a las que sirven, en lugar de mantenerse distantes. De estos pastores es José Ángel Pérez. Quien inició su servicio a los pobladores de la Cooperativa El Bosque, en La Libertad, hace 25 años.
Todos los miembros de su iglesia pertenecen a las 297 familias que recibieron en propiedad legal las tierras que trabajan y habitan como resultado de la Reforma Agraria de 1980. Nunca ha existido ninguna usurpación de propiedad, sino la posesión legítima de lo que por ley se les otorgó hace 45 años y que conservan hasta el presente.
José Ángel es un cristiano sencillo, humilde y servicial. Su honorabilidad es reconocida no solo por los miembros de su iglesia, sino también por los demás pobladores de El Bosque. Después de una sucesión de presidentes que no siempre se comportaron a la altura de la confianza otorgada, la comunidad decidió, por amplia mayoría, elegir a José Ángel como presidente de la cooperativa, aun cuando él no reside en ella. En su deseo de servir a la comunidad de manera integral, aceptó la nominación y se dispuso a asumir las responsabilidades comunales que le correspondían.
Fue en ese rol de su servicio cristiano que tuvo que afrontar la demanda de desalojo que, según aseguran los cooperativistas, pretende despojarles de sus tierras por medio de la estafa. ¿Qué hace un pastor cuando se entera de que a todos los miembros de su iglesia y demás familias de la comunidad pretenden despojarles de todo lo que poseen? Al menos para un pastor con olor a oveja, como José Ángel, no había otra opción que la de acompañar a su pueblo en su aflicción. Él no era un asalariado de los que huyen o vuelven a ver hacia otro lado cuando intentan sacrificar a las ovejas.
José Ángel se puso a la cabeza de las responsabilidades que el amor cristiano le demandaba y de sus responsabilidades como presidente de la cooperativa. Así estuvo al lado de las familias al interponer recursos legales, acudir a los medios de comunicación y, como un recurso extremo, solicitar la ayuda del gobierno central. Para esto organizaron un nuevo plantón a la orilla de la carretera, en las afueras de un centro comercial, distantes medio kilómetro de cualquier residencia, sin estropear la libre movilidad. Era un plantón pacífico y sin ningún tipo de desorden o alboroto que duró todo el día. El desorden lo provocó, caída la tarde, un pelotón de policías y militares que detuvo a los líderes comunitarios sin tener ninguna orden judicial y dispersó a las familias por la fuerza.
Al ser dispersados, pudimos ver las imágenes de un niño que, aun siendo conminado para alejarse, continuaba en llanto pidiendo ayuda a los policías. Todavía creyendo que ellos estaban allí para ayudar.
Cuando se arresta a un pastor que acompaña a los pobres porque comprende sus necesidades y a un abogado porque defiende una causa humana, los cristianos nos vemos obligados a preguntarnos ¿es este el tipo de sociedad en la que queremos vivir? ¿Sinceramente? ¿Dejaremos que el odio y el fanatismo ciego nos divida como hermanos? ¿Nos acostumbraremos a decir cualquier cosa de personas de quienes no sabemos nada y a quienes nunca hemos escuchado?
La situación de la Cooperativa El Bosque es una gran oportunidad de servicio a familias necesitadas que viven de sus tierras y que, por su pobreza, no tienen a dónde ir. ¿Lo vemos como una oportunidad que puede ser aprovechada para mostrar lo que significa vivir en una sociedad que dice ser cristiana? ¿O continuaremos ofendiendo y ultrajando a personas por quienes Jesús ofreció su vida con una compasión inmensa que debería inspirarnos? No se puede dudar de que Dios está del lado de los afligidos y de sus pastores con penetrante olor a oveja. Frente a eso, ¿de verdad nos sentimos mejores cristianos cuando despreciamos y validamos tiranía? Si esa es la idea de cristianismo que tenemos, que venga Dios y lo juzgue.