Palabra de honor (Tercera Parte)
La construcción y defensa del respeto es el valor principal en las pandillas. El desafío-respuesta es el mecanismo por el cual el respeto se va puliendo hasta llegar a su expresión refinada de la palabra hablada. La palabra dicha por alguien que ha logrado el respeto del «barrio» es ley y ni él mismo puede quebrarla sin correr el riesgo de perder el prestigio acumulado. Eso hace que los acuerdos, decisiones y órdenes adquieran la condición de acatamiento obligatorio.
Tales condiciones obligan a la reflexión y a valorar todas las variables antes de emitir la palabra porque, una vez dicha, se sostiene. La identidad, el territorio y el prestigio son los elementos más preciados, incluso por arriba de los intereses económicos del grupo. La evidencia actual más dramática de ello es el tema de la tregua entre pandillas rivales. El peso del respeto y de la palabra se ha hecho manifiesto de manera sostenida y sin erosiones. Contrario a lo que se pensaba, los meses han transcurrido y el tiempo prueba la fuerza de la palabra dentro de la pandilla. Pocas similitudes de ello se pueden encontrar en otras asociaciones.
Pero, esa palabra de tregua se encuentra a la espera de una respuesta de la sociedad. El juego del desafío-respuesta se encuentra en acción y espera el apoyo para la reinserción. De no existir ese desafío positivo, el código del respeto lleva a librar de cualquier compromiso a quienes llevan la palabra sin menoscabo a su autoridad. Si la sociedad es capaz de comprender la dinámica dentro de las pandillas, deberá dar una respuesta adecuada en este momento crucial que puede llegar a ser irrepetible.
Por arriba del «barrio» solamente existe otra persona a la que se le debe respeto: Dios. «El colochón», como le llaman, es profundamente respetado no en el sentido de acatar sus demandas de conducta ética, de cuya transgresión tienen una conciencia absoluta, sino de la transformación que puede producir en cualquiera de sus compañeros. Cuando «el colochón» interviene en la vida de un miembro de la pandilla el código de respeto dice que tal persona debe ser dejada en paz. Nadie debe meterse ni con el «barrio» ni con «el colochón». El llanto es una expresión de debilidad. Ningún miembro de pandilla puede darse el lujo de llorar sin perder su prestigio. Pero, llorar de arrepentimiento ante Dios no menoscaba el prestigio, por el contrario, se reconoce como una situación provocada por «el colochón» y ante la cual se debe respeto. El grupo solamente verifica que la conversión sea genuina y no un ardid para evadir la responsabilidad, para dejar fuera del juego del desafío-respuesta a tal persona.
Por su parte el converso, encuentra dentro de la iglesia un programa en marcha de resocialización gratuito. La conversión misma implica profundos cambios subjetivos que se manifiestan en una experiencia emocional donde el joven descarga públicamente su vergüenza acumulada y equilibra su autoestima por la aceptación familiar en la nueva comunidad. La pandilla es un recurso para sobrellevar la baja autoestima pero la conversión es un reconocimiento de ella y un afrontarla reparando los lazos sociales y reconciliándose con el pasado. Si se comprende esto ¿por qué razón las iglesias tardan tanto en colocar la conversión de miembros de pandillas como prioridad?