Palabra de honor

La principal dificultad que enfrenta la sociedad para comprender los códigos de las pandillas es no enterarse que actúan sobre un valor diferente. Mientras que la sociedad en general se encuentra orientada hacia la culpa, el valor central en las pandillas es el binomio respeto-vergüenza. Las condiciones de marginación y la disfuncionalidad familiar desarrollan en los jóvenes empobrecidos una baja autoestima crónica que se traduce en vergüenza. Dado que el ser humano no puede vivir en una condición de humillación permanente los jóvenes se rebelan con furia en busca del ansiado respeto. En el «barrio» el respeto lo es todo, incluida la supervivencia.

Se puede definir el respeto como el estatus que un joven reclama en la comunidad junto con el necesario reconocimiento de tal pretensión por parte de los demás. El respeto es público y las disputas en su procura deben ventilarse también públicamente. El respeto sirve así de indicador de la posición dentro del grupo y capacita a las personas para tener aceptación, tratos con sus superiores, iguales o inferiores en los términos correctos del grupo. Los procesos de «chequeo» y luego el «brinco» no son otra cosa que la acumulación y demostración del prestigio meritorio suficiente para ser admitido en la «clica».

El respeto siempre es adquirido y es el resultado de la habilidad que el joven demuestra en el interminable juego de desafío-respuesta. El desafío es contra el respeto, mucho o poco, que la persona ha logrado adquirir. El desafío viene de un rival que se atreve a desafiarle y provoca una respuesta defensiva que busca retener e incrementar el prestigio. Éste se granjea por el instrumento fundamental de la violencia implacable, el secretismo y la ausencia de culpa.

Los jóvenes no sólo deben luchar por conseguirlo sino que tienen que hacerlo en público, pues todo el grupo tiene que ser testigo de su adquisición. Reclamar un respeto no reconocido por el «barrio» es cercano al suicidio. Como el respeto es un bien limitado dentro de estos grupos muy compactos, si alguien lo consigue es porque otro lo perdió. Cuando se presentan elementos fuera de control que se oponen al respeto la reacción consiste en no quebrarse ante ellos. Por ejemplo, la cárcel podrá limitar la circulación del joven pero no le arrebatará el respeto. Sólo quien se quiebre moralmente lo perderá. Para un joven miembro de una pandilla la prisión es sólo otro desafío al que debe responder con valor. Así, resulta que la cárcel, paradójicamente, es una condición que le permite adquirir todavía más respeto. Lo opuesto a la sociedad que la considera una vergüenza.

Así se entiende por qué la represión regular del delito no obtiene resultados frente al fenómeno de las pandillas. El endurecimiento de las condenas, la proscripción de las pandillas y las manos duras no producen un efecto disuasivo sino uno inverso. Las soluciones realistas, entonces, serán aquellas que tomen como punto de partida el valor del respeto. El respeto orientado hacia maneras positivas de socialización y que deja de lado la matonería y la violencia como recursos.

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