Pandemia, epidemia y propaganda
El Salvador enfrenta una pandemia de COVID-19 y una epidemia de violencia. En cada una se pueden identificar las etiologías con el propósito de enfrentarlas de manera efectiva y evitar que cobren más víctimas.
En el caso de la COVID-19 se sabe que el patógeno se llama Sars Cov 2, un virus que fue aislado por primera vez en China y que se cree pasó de los animales al hombre.
En el caso de la violencia el patógeno se llama humillación abrumadora y fue identificado por el doctor James Gilligan, en el sistema penitenciario de Massachusetts, como un estado de baja estima fuera de control.
Existen factores de riesgo que propician la expansión de la COVID-19. Ellos son: el hacinamiento, la higiene deficiente, el descuido de la asepsia.
Los factores de riesgo en la epidemia de violencia son: la marginación, la pobreza, el machismo, la alta circulación de armas, el abuso infantil.
Toda epidemia posee también sus vectores de contagio, en el caso de la COVID 19 el vector es el ser humano. El virus siempre viaja dentro de las personas. En el caso de la violencia los vectores son la exclusión, las pandillas mismas y las condiciones inhumanas del sistema penitenciario.
Frente a las epidemias los científicos de la salud se enfocan en las maneras más efectivas de evitar contagios y reducir los decesos. En relación con el COVID-19, se trabaja contra tiempo en el desarrollo de una vacuna que neutralice al patógeno. Mientras la vacuna no sea desarrollada y administrada masivamente, no queda más que enfocarse en el vector, que es el ser humano. El virus sobrevive solo en las gotitas que, de manera natural, producimos al hablar, toser o estornudar. De allí que el énfasis sean las medidas de distanciamiento social y de higiene. No tiene ningún efecto preventivo desinfectar vehículos ya que el virus no puede sobrevivir en ambientes secos y expuestos a los rayos del sol. El problema no son los vehículos sino las personas que van dentro de ellos. Tampoco está probado que los túneles sanitarios que utilizan algunas municipalidades tengan provecho. Sería más útil invertir esos fondos en canastas básicas que faciliten a las personas continuar confinadas. La razón por la que las alcaldías prefieren invertir en medidas más visibles es la de la propaganda electoral. De esa manera aparatosa muestran que están haciendo algo y crean una falsa sensación de seguridad que no tiene ninguna fundamentación científica.
En relación con la epidemia de la violencia ocurre lo mismo: la vacuna efectiva serán aquellas acciones que neutralicen el patógeno. Ellas son las políticas sociales que puedan mitigar las condiciones de humillación producidas por la exclusión. La razón por la que el esfuerzo se invierte en la fuerza militar y empeorando las condiciones en las cárceles es, nuevamente, la de la propaganda electoral. Son medidas que crean una falsa sensación de seguridad y que sacian el sentimiento vengativo del salvadoreño pero que resultan inútiles al dejar intactas las causas de la violencia. Éstas solamente se pueden enfrentar elaborando programas de prevención de la violencia integrales, focalizados y permanentes. Tanto el COVID-19 como la violencia son problemas de salud pública y deben ser enfrentados con políticas públicas de prevención elaboradas con el aporte sustancial de científicos epidemiólogos y de salud comunitaria.
No es difícil comprender el limitado alcance y el poder de los programas de prevención de la violencia, estos podrían extenderse a lo largo y ancho del territorio nacional y abarcar todas las zonas donde existe pobreza y marginación, luego avanzar hacia las áreas donde prolifera el machismo, el abuso infantil, la alta circulación de armas, el irrespeto a la dignidad humana, la corrupción, el tráfico de influencias, la manipulación de masas, la irresponsabilidad paterna y materna, la prepotencia, el orgullo, la mentira, etc., etc., etc. Estas últimas áreas mencionadas corresponden a cada centímetro cuadrado del el territorio nacional, a cada una de las personas que lo habitamos, y a cada corazón que aun no ha decidido abrirse, escuchar y obedecer lo que Jesús pide de su ser para recibir, por su gracia y misericordia, la paz en sus corazones y el permiso para ir a morar junto a él, el día de nuestra partida de esta tierra.