Pedagogía de la desobediencia
En tiempos del apóstol Pablo los emperadores romanos solían colocar antes de su nombre el título de “divus”, es decir, divino. La apoteosis o divinización de los emperadores era un acto esencialmente político y bastante efectivo con el que se proyectaban como benefactores y ejercían control sobre las personas. Se esperaba que los ciudadanos mostraran su lealtad ofreciendo loores e incienso al genio o espíritu tutelar del emperador. La maquinaria de propaganda se centraba en el líder para reforzar la majestad del oficio imperial. Esa condición que los intelectuales romanos entendían cómodamente como metafórica fue tajantemente rechazada por Pablo: “Aunque haya algunos que se llamen dioses, sea en el cielo, o en la tierra (como hay muchos dioses y muchos señores), para nosotros, sin embargo, sólo hay un Dios, el Padre” (1 Corintios 8:5-6). El movimiento cristiano se opuso con firmeza a ofrecer a un hombre la rendición que se debe solo a Dios. Consideraba idolatría el llamar “salvador” a cualquiera que no fuera el Señor Jesús. Fue así como el culto imperial se convirtió en un aspecto importante de las subsecuentes persecuciones que se produjeron en contra de los cristianos.
El llamado de Pablo fue una clara invitación a deslegitimar y cambiar el orden político que afectaba la conciencia individual. Se trató de un ejercicio de desobediencia civil. El apóstol y los cristianos de los siguientes siglos eran muy conscientes de las consecuencias que su desacato acarreaba. Pero las torturas y el martirio no eran suficientes para quebrar su lealtad exclusiva a Dios. Para que un acto de desobediencia civil sea tal se requiere que sea público y hecho con plena conciencia. La razón para que el acto de desobediencia sea público y abierto es que se busca no solo influir en los gobernantes sino de manera especial en la opinión pública. Para lograrlo, se requiere que la acción sea colectiva. Si bien en casos especiales la desobediencia de una sola persona puede ser muy poderosa, es con la participación numerosa que se logra su función pedagógica más amplia. Es por eso por lo que se ha dicho que la desobediencia civil es una forma de discurso público.
La desobediencia inculcada por Pablo no buscaba solo la afirmación de un principio de fe en la esfera privada, sino que llamaba la atención a la opinión pública sobre el carácter opresivo del culto a la personalidad imperial. El tema no era solo de denuncia, sino que también perseguía la conversión de quienes pisoteaban el principio moral de la libre elección y de la libre conciencia. En la medida que se fueron acumulando los casos de persecución, tortura y martirio fue quedando cada vez más en evidencia la naturaleza inhumana y despótica de la intolerancia. Las acciones de desobediencia poseen la virtud de manifestar con claridad la diferencia entre lo bueno y lo malo, entre lo justo y lo injusto. La misma lucha se emprende no por un interés en el beneficio propio sino con relación a la defensa de una concepción de la justicia y el bien común. El propósito con el opresor no es la humillación sino la salvación de su arrogancia intolerante; por tanto, la motivación principal es el amor. Entendido este no solo por la causa de la justicia sino también por el intransigente necesitado de redención. Como puede verse, las motivaciones y el método son completamente compatibles con el cristianismo, es más, se complementan necesariamente para que sea posible vivir la fe en la plenitud de sus implicaciones.