Por sus frutos los conocerán

La esencia del cristianismo es el deseo de Dios de convertirse en un hombre, de vivir en un lugar y un tiempo concretos, de entrar en la historia y experimentar sus limitaciones y sus posibilidades. La mayor expresión de ese deseo fue la encarnación y nacimiento de Jesús.

El manifestó a los hombres lo que de Dios se puede conocer. Sus enseñanzas fueron de carácter ético y espiritual. Desde entonces, los cristianos comprometidos de todas las épocas luchan por dilucidar su papel como hijos del Dios de Jesús en medio de la historia que, inevitablemente, les corresponde vivir. La acción cristiana dentro del tiempo no es una opción sino una inevitable necesidad en donde lo único que se encuentra en juego es que la praxis sea concordante con el sueño de Dios hacia la humanidad y su creación.

Para el cristiano consciente el acercarse a un evento como un proceso electoral le representa un planteamiento que debe otear desde su particular marco ético y espiritual. Para encontrar la respuesta la pregunta ¿por quién votar? es evidente que el cristiano, primero, debe desatenderse de la presión propagandística que suele acompañar a estos procesos para conservar la mente fresca y tranquila. Bajo la presión de la pasión existe el peligro de confundir los criterios éticos con la intoxicación publicitaria.

El cristiano posee un marco de referencia en las enseñanzas de Jesús. Ellas gravitan en torno a temas centrales como el amor, la justicia, la paz, el perdón, la verdad. Aunque ningún partido político logrará recoger íntegramente todos los imperativos de Dios, pues al hacerlo dejaría de ser partido para convertirse en iglesia, algunos presentan visiones del país y del futuro que se alejan o se acercan al sueño de Dios.

Tales visiones se expresan en el ideario, valores centrales, y programas de gobierno de cada uno de esos partidos. Al menos, de aquellos que se han preocupado por elaborar tales instrumentos. Pero el cristiano tampoco es ingenuo y sabe que puede existir una marcada distancia entre la visión escrita en un reglamento partidario o programa de gobierno y la realidad que los candidatos implementan en su quehacer cotidiano.

Pero en esa distinción es donde se encuentra la clave para decidir: la coherencia que los candidatos presentan entre el decir y el hacer. “No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar buenos frutos… así que, por sus frutos los conocerán”, dijo Jesús.

Siguiendo esa regla inequívoca, el cristiano no debe impresionarse por la pulida imagen que los candidatos se esfuerzan por presentar en fotografías y anuncios de televisión. Se trata más bien de revisar la trayectoria de cada uno de ellos. La mayor parte de candidatos son personas de credenciales y trayectorias de conocimiento público. Se sabe quién miente, quién finge, quién se esfuerza por mostrar una imagen de estadista que no le corresponde y también se sabe quién es consistente, quién ha mantenido una trayectoria seria, sin variaciones dramáticas. El carácter se manifiesta con el tiempo, el generoso tiempo. Las personas son lo que son y lo muestran independientemente de sus palabras. Ejerciendo su sano juicio el cristiano resuelve su dilema ético otorgando su voto a quien muestra amor por la verdad, la justicia, el perdón, la integridad, el respeto a las personas y a la creación de Dios. No debe hacerlo por bagatelas recibidas o prometidas porque, como cristiano, no busca si bien sino el de los demás. El voto así ejercido produce en la conciencia cristiana la sensación de haber hecho el bien.

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