Prisioneros de esperanza
La esperanza es el estado de ánimo por el que se cree que algo que se desea o se espera es posible. La esperanza siempre mira hacia delante, al futuro, porque es en el mañana que se espera alcanzar lo que se concibió. Por ello, la esperanza siempre nos impulsa a caminar; caminamos porque esperamos. André Dumas escribió: “Esperar significa, etimológicamente y vitalmente, respirar (…) cesar de esperar es realmente ahogarse”. En el dicho popular la esperanza es la vida. Mientras hay vida, hay esperanza. Perdida la vida, cesa la esperanza. Ya no es posible caminar más, no hay más futuro, no se respira más.
Ante el auge de violencia que azota a nuestro país, las personas afirman con frecuencia que han perdido la esperanza. Los hechos les desalientan para seguir incubando el creer que se llegará a un estado de seguridad y paz. Ha existido tanto descuido, tanta indiferencia, tantas medidas erradas que no hay muchos elementos para cultivar la espera. Cuando la esperanza se pierde el hombre deja de caminar. El abandono del ideal lleva a las personas a rendirse moralmente. Ante lo fatal de la violencia se prefiere ignorarla, vivir como si no existiera. Ante el dolor se escoge la insensibilidad y, así, la vida continúa para las personas como si no existiera tanta muerte. El ignorar las muertes, o volverse insensible a ellas, lleva a las personas a una condición de anomia en la que los grandes ideales de justicia y verdad se pierden como valores posibles. Entonces la sociedad está condenada a hundirse en la depresión sin remedio.
Otra actitud frente a la pérdida de la esperanza es la de la evasión. Considerando todo perdido las personas deciden retirarse. Renunciando a esperar a que el país cambie deciden mejor cambiar de país. Emprenden el camino del migrante para buscar otra tierra donde se pueda vivir. Otro cielo bajo el cual encontrar aquello que irremediablemente perdió El Salvador. La aspiración es mantenerse vivo hasta poder reunir las condiciones para marcharse. Estudiar o, simplemente no hacer nada, hasta reunir las condiciones para largarse para siempre.
La otra actitud que genera la desesperanza es la de sumarse al mal que se considera irresoluble. Si no puedes contra ellos, únete a ellos. Así, hay personas que deciden unirse a los bandos violentos con el fin de protegerse y proteger a los suyos. La esperanza de que el Estado ha de garantizarles la vida se ha perdido. Solamente importa lo que por sí mismos puedan hacer. Así es como se opta por la violencia como medida de sobrevivencia; es decir, se abraza aquello que tanto se odió para convertirlo en arma defensiva. Frustración total, impotencia y rabia. Rabia que se ventila contra la sociedad que tanto les decepcionó.
Para cultivar la esperanza las personas necesitan una base lógica sobre la cual construirla. Nada mejor para construir la esperanza que las manos. Cuando la frustración es grande se requiere que la base sea muy real y no hay nada más real que aquello que hacemos por nosotros mismos. Aun cuando lo que podamos hacer sea muy modesto, es una contribución cierta. Así, prisioneros de esperanza, podemos continuar caminando con nuestros pequeños pero sinceros aportes. Hay otros que también laboran, creen y caminan. Mano a mano vendrá el amanecer.