Reconciliación, alborada del día nuevo

Las últimas cuatro décadas han sido las más violentas que ha vivido el tiempo durará la actual situación pero hace abrigar la esperanza que terminará para dar paso a una nueva época, aun cuando no se sabe con exactitud en qué consistirá.

Este vivir entre dos momentos llega a provocar en ocasiones una sacudida de las conciencias, que obliga a reflexionar sobre quiénes hemos llegado a ser. Esta es por sí sola una gran tarea durante estas décadas bañadas en sangre que vivimos. Para que el paso de una época violenta a una diferente se produzca es importante analizar cómo se vive ese paso.

El primer impulso suele ser el de imaginar la superación de la violencia y del sufrimiento como una vuelta al estado previo al ejercicio de la violencia. Pero tal cosa no es posible. Y no solamente porque el paso del tiempo ha modificado las condiciones objetivas de vida, sino porque la experiencia de la violencia y el sufrimiento cambia a las personas de manera irrevocable, al punto que resulta imposible recuperar el pasado.

Los momentos de violencia y paz se alternan creando ciclos, pero ciclos de una espiral que al cerrarse traslada a un punto nuevo. Al no ser los mismos, ningún regreso puede ser un verdadero retorno: siempre arribamos a algún lugar diferente. Quienes se vieron atrapados por la guerra y quienes experimentaron los dolores de la violencia no podrán recuperar su estado anterior de tranquilidad. Las cosas han adquirido un nuevo sentido y significado.

La violencia ha sido un aspecto tan consustancial de las últimas décadas que imaginar y construir un nuevo y más justo país exige saber convivir con la memoria del dolor, quizá reprimida, pero capaz, sin duda, de aflorar una vez más para llenar de angustia el presente. El camino hacia un nuevo tiempo no es más fácil porque se ignora o se reprime la memoria de los hechos violentos; de hecho, no querer recordar lo sucedido conduce a idear nuevas maneras de continuar la violencia.

EI reto consiste en saber asumir las responsabilidades de la I violencia y los sufrimientos experimentados, para poder construir sobre bases nuevas una sociedad capaz de superar su agresividad y caminar hacia una paz justa. Restablecer la concordia resulta complicado por varios factores, entre los cuales destaca el hecho de que algunos de los implicados en hechos demenciales de violencia no son conscientes de haber actuado erróneamente y, por lo mismo, no sienten la menor necesidad de reconciliación.

Como cristianos, no podemos permanecer ante esta situación sin hacer nada, vencidos por la impotencia. El mensaje de Jesús tiene mucho que aportar a la construcción de una sociedad nueva. Los cristianos, habiendo experimentado la reconciliación con Dios, deberían entender mucho de la necesidad de afrontar con franqueza la violencia y el sufrimiento.

El deseo de comprender lo que implica la reconciliación y cuáles son los compromisos que supone para las iglesias ser agentes de reconciliación, debe ser motivado por el deseo de profundizar en la comprensión del núcleo del mensaje cristiano: nuestra liberación del pecado y el don de la vida nueva que Dios promete. La esperanza y el anticipo de esa vida es la razón de ser de la iglesia en medio de una sociedad dominada por un grado tan elevado de violencia. La reflexión se torna, entonces, sobre el papel que a cristianos comprometidos les corresponde en este tiempo y en este paso de una época a otra, para hacer posible que ella verdaderamente llegue y llegue para ser el nuevo día que todos anhelamos.

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