¿Se puede amar a Dios?
El filósofo Fernando Savater, quien se declara un no creyente, expresa las dificultades que para él supone la idea de amar a Dios. En sus palabras: «Entiendo el amor como el deseo casi desesperado de que alguien perdure, a pesar de sus deficiencias y de su vulnerabilidad. Por eso sólo puedo amar a seres mortales». Su comprensión de amor es bastante abarcadora y define casi todos los afectos que el ser humano puede desarrollar. Pero en relación a Dios confiesa: «La inmortalidad me merece respeto, agobio, pero no me merece amor».
Pero, en verdad ¿no se puede amar a Dios por no ser mortal? Savater tiene mucha razón al afirmar que el amor se traduce en el deseo de que la persona amada perdure. Pero ¿es el ser humano incapaz de elaborar el amor sobre una base diferente a ese deseo? Examinemos las cosas. Una madre ama a su hijo. El amor se traduce en el deseo de esa madre porque su hijo perdure. Pero, la fatalidad se interpone y su hijo muere. ¿Deja de amarlo por ello? ¿No es capaz el amor de esa madre de sobrevivir a pesar que su deseo de permanencia ya no tiene sentido? Por supuesto que el amor continuará. El ser humano es capaz de amar una memoria, una abstracción.
Se puede argüir que en ese caso se trata de un amor a posteriori, es decir, una elaboración sobre el deseo de permanencia en vida que se prolonga después de la muerte. Pero ¿no es el amor a Dios también una experiencia a posteriori? A Dios se le conoce y luego se le ama. Primero es la conversión, luego el amor. La diferencia entre ambas experiencias es que una es por la vía sensorial y la otra por la vía de la revelación. La reflexión se traslada entonces a la discusión si el ser humano es o no capaz de recibir una revelación.
Revelación se entiende como la comunicación de la verdad que Dios da al hombre. La revelación es coronada por la encarnación del mismo Dios y la puesta por escrito de su palabra hablada. De manera que a Dios se le conoce no simplemente como una serie de tesis abstractas sino como una interpretación que parte de eventos históricos específicos siendo el principal la encarnación del Cristo. La revelación es entonces la capacidad otorgada al ser humano de poder interpretar los hechos históricos relativos a la redención. Como resultado de la capacidad dada de visualizar el panorama histórico el hombre conoce a Dios y a su voluntad. Comienza a amarle. Pero la vivencia humana, fundamentalmente sensorial, le mueve a buscar a Dios en una dimensión que pase del ámbito de la revelación al experimental. El amor se entiende entonces como el deseo casi desesperado de reunión y pleno conocimiento del Dios inmortal. Ese deseo es el amor a Dios.
Pero, el amor a Dios no se queda tan sólo con la expectación de reunión sino que se convierte en el deseo de servicio al semejante. Cuando se descubre a Dios se descubre al prójimo en una nueva dimensión y el descubrimiento conduce a posturas éticas perentorias que reconstruyen la vida. Cobra sentido el dicho de Jesús: «Amarán al Señor su Dios (..) y a su prójimo como a ustedes mismos».