Un nuevo Dios
El pueblo de Israel emergió a finales del Segundo Milenio antes de Cristo. En ese tiempo las dos grandes civilizaciones del Cercano Oriente Antiguo, Mesopotamia y Egipto, ya tenían más de dos mil años. Cuando comenzaron a redactarse las Escrituras del Antiguo Testamento, alrededor del siglo VIII a.C., hacía ya mucho tiempo que dichas civilizaciones poseían bibliotecas enteras que agrupaban sus anales, mitologías, ciencias y teologías. No es posible concebir que un grupo étnico emergente hubiera podido ignorar a las dos grandes potencias del momento. La Biblia es, en sí misma, una evidencia de la inmensa influencia que recibieron. Por la misma razón, llama la atención el rompimiento que supone la concepción de la divinidad hebrea en contraste con los dioses de esos pueblos.
En la concepción mesopotámica se pensaba que todo lo existente era animado. Cada elemento del universo estaba dotado de una voluntad propia que venía de los dioses. Todas esas voluntades cohabitaban y se estructuraban según su poder y fuerza, incluidas en categorías precisas que iban de los dioses a los minerales, pasando por todas las clases sociales como rey, sacerdote, soldado, campesino, esclavo. El mundo solo podía marchar bien cuando cada categoría se mantenía en su papel preciso. La alteración o transgresión de las funciones de su propia categoría podía acarrear consecuencias graves e imprevisibles. De allí que las cosas debían conservarse sin alteraciones sustanciales. El rey debía permanecer como rey y el esclavo como esclavo.
El Dios de los hebreos significó una ruptura con esa idea, pues, se reveló a Moisés como un ser trascendente que intervenía en la historia para realizar sus propósitos redentores. Estos trastornaban el orden de las cosas, pues su manifestación tenía como meta la liberación de su pueblo esclavizado. El Dios de Israel no era un preservador del estado de cosas sino un transformador. Más que preocuparse por el orden establecido de las cosas, se enfocaba en la verdad y la justicia. Esos principios primordiales estaban por arriba de las clases y las categorías. En la consecución de lo justo, Dios no tenía reparos en alterar el estatus establecido.
En la concepción Mesopotámica era inadmisible que el rey actuara como obrero o el campesino como príncipe. El mundo de los dioses y el de los seres humanos se correspondían, pues estaban construidos según la misma jerarquía y las mismas relaciones. Una alteración de los roles podía repercutir en grandes alteraciones universales. Lo mejor era dejar las cosas tal como estaban. Pero el nuevo Dios hebreo, condescendía para levantar al oprimido. Este pensamiento alcanzó su plena madurez en Jesús, quien, como Hijo de Dios, abandonó su categoría divina para encarnarse haciéndose humano. Era el Hijo de Dios actuando como hombre pobre y artesano. Un trastorno escandaloso para la concepción mesopotámica.
La fe judeocristiana constituye un legado asombroso para la humanidad que, bien entendido y vivido, representa un avance importante para la civilidad. Los cristianos, como herederos de tales enseñanzas, deberían vivir consecuentemente la revelación milenial de un Dios que no tolera el maltrato de los débiles ni la explotación de la persona humana. La fe cobra sentido solo cuando se desarrolla una empatía insobornable con los sufrientes y los «otros» que son considerados desechables por la sociedad.
El profeta Miqueas expresa lo que Dios espera de su pueblo en un versículo que resume el corazón de la vida cristiana: «Ya se te ha dicho lo que de ti espera el Señor: practicar la justicia, amar la misericordia y humillarte ante tu Dios» (Miqueas 6:8). El profeta reprendió al pueblo de Dios por ser un idólatra que robaba la propiedad de los pobres, un pueblo violento que con mentiras solo buscaba sus propios intereses. Hoy, como entonces, hay mucha injusticia y Dios exige que su pueblo refleje su carácter justo con una práctica de la justicia que se oponga al robo, la corrupción, la crueldad y el asesinato. Solo haciendo lo bueno cuando cuesta, sirviendo a los demás sin recibir nada, defendiendo los derechos de los pobres y viviendo en integridad se puede honrar la herencia ancestral del nuevo Dios hebreo. Todo lo demás será solo religiosidad vacía e inútil.
El último párrafo de este interesante editorial viene a darnos una voz profética no sé cosas misteriosas sino más bien como el urgente llamado de exhortación a entregar nuestras vidas al Reino de los cielos. Al final de todo este siglo presente lo que perdurará es esa conducta laboriosa de servir al Señor de señores, no solo dentro del cuerpo de Cristo sino más bien fuera, en una extensión poderosa de lo maravilloso de la Obra de Cristo. Cristo es visible en nosotros cuando hacemos el bien, cuando hablamos verdad, cuando hacemos justicia, cuando su Nombre es sobre todo nombre o por vida o por muerte. Un trabajo constante que manifiesta que la grandeza de esa Fe viviente. Ya Cristo vive en nosotros, esto mismo conlleva la acción misma del amor de Dios que fue derramado en nuestro corazones por medio de su Espíritu y por lo tanto no podemos estar ociosos. Cristo es poder de Dios, sabiduría de Dios, Cristo es seguridad en nuestro camino, Cristo es la vida abundante del Padre a favor de los necesitados. Y si Cristo se hizo pecado, pobre fue con el propósito de enriquecernos, levantando un pueblo apto, valiente, sin cobardía alguna para destruir fortalezas de impiedad. Nos ha hecho su pueblo para darle al mundo la luz que alumbra los senderos : en los hogares, en las casas, en la calle, en la escuela, en la empresa, en cada entidad de gobierno, en el mundo entero, Anunciamos un nuevo estilo de vida que beneficia a los pobres y marginados, somos instrumentos de bien, verdad y justicia. Quedarse callado y olvidarse del sufrimiento de otros es falsedad. Bonitos por fuera pero vacíos en cuanto la justicia. Las formas pasarán no así el contenido esencial de ser hijo e hija de Dios. Bendito sea El Señor por darnos tan grande bendición, Dios con nosotros. Es el Ya de Dios, pero esperamos nuevos cielos y nueva tierra. Un lugar donde ya no habrá maldición, ni sombra de variación, sin templos, sin tiempo, sin mancha ni arruga, sin descriminacion alguna, sin pobreza con su degradante consecuencias. Antes bien, Dios nos ha dado la victoria en Su Hijo, Y En Suma: Nuestra Esperanza de Gloria está cerca Cristo El Señor y Dios, hagamos el bien y su voluntad mientras ese día viene. La puerta está abierta. Dios el Padre nos de entendimiento para anunciar está Verdad. El Señor viene.
Adal R
26marzo2023
Gracias Pastor Vega por ese artículo, muy interesante como los otros escritos suyos, precisamente ese versículo lo tengo anclado en mi pizarra ya que soy algo olvidadiza 😉Muchas bendiciones.