Valores de la vida loca
El fenómeno de la violencia juvenil en nuestro país ha sido enfrentado por los gobiernos partiendo de la lógica tradicional, que el castigo es un disuasivo para la comisión del delito. El sistema de justicia penal se fundamenta en ese supuesto y tanto su antigüedad como su institucionalización pesan mucho a la hora de enfrentar el tema de las maras y de las pandillas.
Tal lógica deja de lado explicaciones del fenómeno desconociéndose como nuevo y poseedor de sus dinámicas particulares. Bajo ese supuesto, el aspecto punitivo se privilegia volviéndonos incapaces de comprender las causas de la violencia y de las medidas de prevención bajo la ilusión que para frenar sólo se necesita amenazar con el castigo a quienes la cometen. Basta pasar revista a los resultados de tal política en años recientes para comprender que la misma es inadecuada, ingenua y potenciadora del crimen.
El acercamiento teórico que se haga al problema no es solamente conceptual, pues, determina la atención y los recursos que se aplican. Es decisivo poseer una comprensión del fenómeno para que los esfuerzos no se disgreguen en asuntos que no producirán resultados innovadores. No se trata de descalificar el aspecto represivo del delito, se trata de comprender que por sí solo es insuficiente y peligroso. Una política de seguridad nunca estará completa mientras no se adopte un fuerte y amplio ingrediente preventivo.
El abordaje represivo parte del supuesto que quien delinque posee una lógica de vida y de racionalidad de la cual puede ser disuadido por el encarcelamiento o la detención policial. Pero para quienes encarnan los valores de la llamada «vida loca» no existe siempre ese elemento lógico.
Su visión de la vida es distinta y no se rige por el autointerés racional. Ellos han decidido romper con lo que engloba bajo el nombre de «sistema» ya ello obedecen sus conductas de auto exclusión como, por ejemplo, el hacerse tatuajes de la manera más visible posible. Es un acto simbólico con el cual rompen con la racionalidad de la vida y se identifican voluntariamente como miembros de un grupo segregado.
El asesinato puede denotar sola- mente una condición de afiliación. En esa comisión no media la racionalidad tradicional, pues, casi siempre el victimario no conoce a la víctima, no conoce las razones de su selección, no codicia nada de lo que posee, no existe ninguna motivación personal de ira u odio sino el simple deseo de ingresar a la pandilla o mara. No piensa en el castigo que sigue al crimen, pues, lo que le importa es la afirmación de la propia valentía.
Están listos tanto para morir, como para matar. La diferencia entre asesinar y ser asesinado carece de significado subjetivo. Es una vida loca. La cárcel les libra del peligro que representa el grupo contrario pero no altera la estructura de mando y pertenencia de su propia agrupación. La familia será sostenida por una amplia red de extorsión cuyas posiciones de mando se sucederán en un orden establecido de antemano. Libertad o prisión, casi igual. Es una vida loca.
Mientras no se comprendan las particularidades de esta forma de delinquir, todos los esfuerzos resultaron vanos al inmenso precio de pérdida de vidas y de hondo sufrimiento humano. El iniciar un esfuerzo preventivo amplio y adecuado será la salida a esta vorágine de sangre ante cuya fuerza todos los emprendimientos represivos se desmorona- rán, dejando perplejos a aquellos que consideran que la violencia juvenil puede vencerse por la aplicación de criterios que responden a una racio- nalidad que nada significa para quien decidió vivir la vida loca.