Como en el Lejano Oeste

En las últimas semanas se han producido varios incidentes en los que personas que eran asaltadas dentro de autobuses del servicio público reaccionaron defendiéndose con sus armas y matando o lesionando a sus agresores. Cuando estos hechos son dados a conocer por los medios de comunicación despiertan en sus lectores una ola de felicitaciones y catalogaciones de héroes a quienes se defendieron de esa manera.

Tanto la reacción de los ciudadanos armados como la de los usuarios de los medios es compresible si se tiene en cuenta las condiciones de inseguridad y de impunidad que han caracterizado a nuestra sociedad desde generaciones. Las personas están cansadas de esperar resultados y siendo que nadie les garantiza sus propiedades ni sus vidas, deciden correr por la pendiente peligrosa de hacerse justicia por sus propios medios.

Esta carrera es muy peligrosa pues rompe el monopolio que el Estado debería tener sobre el uso de la fuerza. En la medida que se debilitan los sistemas de seguridad y justicia públicos, las personas buscan la manera de salvaguardar sus intereses por sus propios medios. Algo parecido ocurrió en el Lejano Oeste de lo que hoy son los Estados Unidos en el Siglo XIX, una época de débil institucionalidad cuando las personas debían protegerse de los peligros que les amenazaban.

Ellos también vivían una etapa pos bélica. La Guerra de Secesión recién terminaba y muchas personas desposeídas y acostumbradas a la violencia se trasladaron al oeste para cometer delitos tales como el cuatrerismo, asaltos a diligencias, bancos y trenes, homicidios y linchamientos. Eso condujo a que las personas comenzaran a armarse haciendo de los fusiles, las carabinas y los revólveres elementos habituales de la vida civil. A pesar de que se cree que los niveles de violencia que presentan los «western» son una exageración, es un hecho que la incidencia de homicidios era elevada. Ésta se debía a la alta circulación de armas en combinación con el alcohol y las disputas.

Un panorama similar es el que ahora vemos en nuestro país. Las personas se están cansando de que el «sheriff» siempre llega tarde y se ensayan en destreza para ser los primeros en sacar el revólver. En su esfuerzo de terminar con los delincuentes no caen en la cuenta que ellos mismos se convierten en lo que desean combatir. La Ley del Talión termina multiplicando por dos la maldad.

La persona que mata en defensa propia desarrolla la idea que el uso de la violencia es la manera más efectiva y rápida de resolver los problemas. Si el primero de los problemas que supuestamente resolvió fue el de defenderse en un asalto, el siguiente será cualquier inconveniente familiar o laboral que experimente. Ha comenzado a distanciarse de los recursos del diálogo y la tolerancia y aquellos que ayer le aplaudían calificándole de héroe valiente, mañana podrían convertirse en su siguiente víctima ante el primer roce o desacuerdo que surja por el motivo más intrascendente.

Lo que se debe privilegiar es el funcionamiento de las instituciones encargadas de la justicia y la seguridad de los ciudadanos. Volverlas tan efectivas que los ciudadanos no tengan que valerse por sí mismos para sentirse protegidos. Debemos apartarnos de las luchas interpersonales y enfocarnos en la gran meta de alcanzar la transformación de la sociedad.

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