Entre Jesús y el César

“El natalicio del dios comenzó para el mundo el evangelio que vino por él”. Esta frase no se refiere al nacimiento de Jesús, pues se escribió años antes de que ocurriera. Es parte de una inscripción dedicada al emperador Augusto, fechada en el año 9 a. C., que se encontró en las ruinas de la ciudad de Priene, Grecia. No debe extrañarnos que la palabra “evangelio” aparezca en una inscripción que data de antes de Cristo, pues la palabra no fue ideada por los cristianos sino que era de uso común en la literatura griega. Era un término que, igual que hoy, significaba “buenas nuevas” y se usaba como parte de la propaganda política bajo el culto imperial romano. A fin de alimentar el estado de las cosas, el imperio se esforzaba por hacer pensar a las personas que todo iba de maravilla.

Todo lo relacionado con el emperador o el imperio era presentado como un evangelio que se difundía a través de un amplio sistema de propaganda. Como se puede observar en la frase citada, el natalicio del emperador Augusto se publicitaba como el nacimiento del evangelio para el mundo. Además, se debe observar que el emperador es calificado como “dios”. La deificación de los emperadores era un acto esencialmente político que manipulaba la religiosidad de las personas para reforzar la majestad del oficio imperial. Fue un mecanismo muy efectivo para asociar al emperador con un halo de misticismo, providencia, favor divino e infalibilidad.

La frase que se citó al inicio es en realidad el final de una proclama más amplia en la cual se celebra la epifanía, o aparición, de Augusto. Su nacimiento trae al “sóter”, es decir, salvador de la humanidad, que al final es declarado dios. Para una persona relacionada con el lenguaje bíblico, no es difícil percibir de inmediato el sentido de palabras como «evangelio», “epifanía”, “sóter”, “dios”. Y no solo son las mismas palabras sino que son usadas en un sentido muy similar al que después les darían los cristianos. La terminología de esta inscripción no es un hecho excepcional de la ciudad de Priene, sino que aparece en inscripciones en otras localidades de lo que fue el imperio romano.

Fue en ese ambiente de exaltación del emperador que el cristianismo surgió con su demanda radical de fidelidad exclusiva a Jesús. El choque fue inevitable pues los romanos vieron en la actitud irreductible de los cristianos un adversario a sus pretensiones de divinización. Los creyentes rehusaron plegarse al culto imperial y ofrecieron una resistencia activa: en lugar de aceptar llamar “evangelio” al que publicitaba las conquistas y los logros del emperador, enseñaban que el anuncio del reino de Dios era el verdadero evangelio. En lugar de aceptar como epifanía o revelación el nacimiento del emperador, hablaban de la aparición poderosa del Señor Jesucristo. En lugar de suponer que el emperador era el salvador del pueblo, enfatizaban que en ningún otro había salvación mas que en el nombre de Jesús. Tomaron los títulos imperiales y se los adjudicaron a Jesús llamándole: Señor, Sumo Pontífice, Rey de Reyes, Salvador, Hijo de Dios.

Así las cosas, es muy fácil comprender por qué se produjeron las persecuciones contra los cristianos y por qué tanto Pablo como Pedro fueron martirizados bajo el emperador Nerón, quien contaba con una increíble popularidad. Para los creyentes la vida era una sola, ni se les ocurría dividirla entre espiritual y material. Les resultaba inconcebible tener a un señor en la esfera política y a otro en la religiosa. Qué gran lección para los creyentes actuales que pueden ver como salvador de males tanto a un político como a Jesús. Que confían en que los cuida y vela por su bienestar tanto un político como el Padre Dios. Que confían a ojos cerrados en la palabra de un político como en las verdades de la Biblia.

El llamado es a un arrepentimiento honesto y a un regreso al reconocimiento único de Jesús como Señor; a rechazar la idolatría política y a reconocer que existe un solo Dios y un solo Señor a quienes se debe la confianza en exclusiva. Una espiritualidad renovada aclara el sentido y restaura la capacidad de discernimiento.

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