La persecución religiosa y los Acuerdos de Paz

Es antigua la tentación de diluir el Evangelio separándolo de su realidad y espiritualizando excesivamente sus enseñanzas. El movimiento de Jesús ocurrió en un contexto histórico específico en el que sus premisas produjeron repercusiones sociales, culturales y políticas. Los primeros cristianos recibieron esas enseñanzas y las desarrollaron en su propio contexto. Pablo fue un creyente destacado que supo oponer a las pretensiones teológicas del Imperio las doctrinas básicas del cristianismo. Casi todos los títulos que él atribuyó a Jesús ya estaban asociados con César Augusto, el emperador que ejerció el poder entre los años 31 a. C. y 14 d.C.

Divino, Hijo de Dios, Dios de Dioses, Señor, Libertador, Redentor, Dios encarnado y Salvador del mundo eran títulos solemnes que se le daban al emperador romano pero que Pablo, insistentemente, arrebató para otorgárselos a Jesús, el maestro. Es fácil comprender las profundas repercusiones políticas de tal construcción y contemplar con la claridad del mediodía el porqué el apóstol y otros muchos cristianos terminaron martirizados como opositores políticos. Desde entonces, siempre ha habido creyentes consistentes que han extendido el señorío de Cristo a todos los ámbitos de la vida, mucho más allá de las paredes de las iglesias. Han tomado en serio las palabras de Jesús cuando dijo: “Venga tu reino. Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” y ponen todo su empeño para que cada día, en verdad, se haga su voluntad en todos los ámbitos.

Tales ideales chocan con el egoísmo y la maldad de quienes ven sus turbios intereses amenazados por la luz de las buenas nuevas. Las convicciones de fe son definitivas y no negociables, dotan a los creyentes de una voluntad férrea y a prueba de claudicaciones. El Imperio no tuvo más remedio que emprender contra el cristianismo una cruzada de persecución que duró varios siglos con el fin de terminar con lo que, con razón, consideraban una amenaza a la teología imperial.

La persecución contra los cristianos no se limita a la violencia criminal, ella puede incluir muchas maneras de operar. El doctor César Castilla Villanueva define la persecución religiosa como “aquella que tiene como objetivo hostigar a personas que tienen un credo que afecta a los intereses de aquel o aquellos que están en el poder o también por parte de algún grupo en particular que se encuentre al margen de la ley y que quiere imponer su creencia a la fuerza en detrimento de los demás”. La persecución es un fenómeno mucho más amplio que la fuerza homicida o la prohibición tajante de un culto. Precisamente el que el fenómeno sea tan diverso es lo que permite a los perseguidores encubrir su intención alegando que existen garantías para la libertad de religión.

Durante el conflicto armado salvadoreño se insistió en la libertad de culto mientras se denostaba, vilipendiaba, amenazaba y asesinaba a quienes, fieles a una fe encarnada, persistían en las enseñanzas bíblicas de justicia, verdad, transparencia y respeto a la persona humana. Aun cuando los ataques alcanzaron el nivel de la barbarie se continuó enarbolando hipócritamente la bandera de la libertad de culto y la paz. Siempre hubo sedientos de privilegios y protagonismo que se prestaron para disimular las acciones de los verdugos con actos litúrgicos que creaban la ilusión de libertad, mientras sus hermanos en la fe eran sacrificados sobre el altar de Manmón.

El tema de las libertades y los derechos humanos fue uno de los tres primeros propósitos en mencionarse como objetos de la negociación en Ginebra, en abril de 1990. En el acuerdo de Caracas en mayo del mismo año fue tema central dentro de la agenda. En julio los derechos humanos se convirtieron en el primer y único acuerdo de la negociación en San José. Ambas partes sabían que si la guerra llegaría a su fin sería solamente por asegurar a cada ciudadano sus derechos fundamentales, entre ellos el de la libertad de culto y pensamiento.

Con los Acuerdos de Paz no solo se le puso fin al enfrentamiento armado, también recibió un alto la persecución religiosa. No se debe permitir el robo de la memoria, tampoco que se reedite la persecución y el hostigamiento en contra de los que solo aceptan como único Señor a Jesús, el de Nazaret

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