La verdad y la vida

EI cristianismo establece normas éticas para el comportamiento humano, que pretenden forjar el carácter a través de estándares de vida alternativos. La forja de ese carácter comienza a complicarse en el momento del primer esfuerzo por poner en práctica normas de rectitud dentro de un mundo imperfecto y herido por el pecado. En ese ámbito de lo real puede llegarse a la paradoja de percibir un choque entre una norma y otra a partir de su naturaleza esencialmente ética.

La resolución de la paradoja ha sido por siglos motivo de discusiones entre teólogos y filósofos. Un absolutista como Kant, sostenía la postura del apego a la norma sean cuales sean las consecuencias. Incluso, afirmaba con respecto a la norma de decir la verdad, que si unos asesinos que preguntaran si un amigo nuestro al que persiguen se ha refugiado en nuestra casa, debemos decirles la verdad. Kant partía del presupuesto que el imperativo moral ordena actuar sin poner como condición un propósito que alcanzar.

Por su parte Benjamin Constant respondió a Kant afirmando que un principio moral tomado de manera absoluta y aislada, haría imposible a toda sociedad. Dijo: «Decir la verdad sólo es un deber respecto de quienes tienen derecho a la verdad. Ahora bien, ningún hombre tiene derecho a la verdad que perjudica a los demás».

Eric Weil también respondió a Kant aseverando que revelar a un asesino dónde se encuentra la persona a la que quiere matar, sería una acción inhumana e inmoral, sería poner la moral al servicio de la violencia. Por su parte, Jankelévitch fue más enfático calificando a Kant de ser un hipócrita purista. Luego razonaba que no se puede, sin precaución, administrar a los hombres el fuerte aumento de la verdad; son tan ruines que la verdad completa les debe ser negada. El hombre moral se siente obligado a no decir la verdad a quien está dispuesto a hacer de ella un instrumento al servicio de un fin injusto.

Este discurrir parecería ser poco práctico hasta que se contrasta con la realidad. Una ferviente cristiana como Corrie ten Boom tuvo que mentir para salvar la vida de muchos judíos durante la Segunda Guerra Mundial en Ámsterdam. De igual manera, el eminente teólogo Bonhoeffer, mintió para encubrir a los opositores al nazismo en Alemania. Decirle la verdad a la Gestapo hubiera sido entregarlos a asesinos despiadados.

Ante el caso en que un cristiano tenga que enfrentar una situación como la que propone Kant, no solamente existen las opciones de mentir o de decir la verdad. Existen otras. Una de ellas es guardar silencio, negarse a decir la verdad pero también negarse a decir una mentira. Y otra más, la de cargar sobre sí el mal que el asesino quiere para la otra persona.

La conciencia de saber que se trata de un asesino y de sus intenciones malignas debe ser suficiente para que el cristiano actúe en defensa de su prójimo. Los métodos no violentos impulsan a cargar sobre si el daño que, en este caso, el agresor quiere descargar sobre su víctima. La reacción no violenta, pero firme y digna, pretende mover al agresor a la conversión al percibir la inutilidad de su violencia.

La violencia se descargará sobre el cristiano porque se volverá evidente para el asesino que no está recibiendo su colaboración. Eso mismo es lo que Jesús hizo, cargar sobre sí el reproche que representa la integridad frente a un mundo de maldad e injusticia. Es la manera de Dios, de los profetas. Dios dijo la verdad, pero nos la dijo colgando de una cruz.

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